Por: Roberto Morejón
El secretario norteamericano de Estado, Mike Pompeo, integra junto al asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, y el senador Marco Rubio, el eje más agresivo contra Cuba entre los colaboradores del presidente Donald Trump, aunque afirma que busca apoyar al pueblo antillano.
En entrevista concedida a un portal digital conocido por sus diatribas contra la Revolución Cubana, el titular del Departamento norteamericano de Estado pretendió mostrarse amistoso, si bien fracasó dadas sus contradicciones.
Como es usual entre los allegados a Trump, Pompeo asumió el pedestal de juez supremo a nivel internacional, papel auto-asignado por quienes rigen los destinos de aquella nación.
En esa cuerda, el integrante del gabinete de Trump expresó que entre sus tareas destaca convencer al gobierno cubano sobre el precio a pagar por lo que calificó de “mal comportamiento”, y a continuación fingió estar conmovido.
Porque según Pompeo, su gobierno anhela que el pueblo cubano tenga oportunidades de aprovechar lo que llamó inmensos recursos y mejorar sus vidas.
Por supuesto, proyectar bondad constituyó un recurso fallido, pues pocos aceptan la versión sobre las aducidas buenas intenciones del equipo de Trump.
Pompeo, Bolton y Rubio encarnan la punta de lanza de una cruzada para asfixiar a los cubanos mediante el recrudecimiento enfermizo del bloqueo, a través de nuevas sanciones, persecuciones a operaciones financieras y amenazas a terceros para impedirles comerciar con La Habana.
Tendría que hacerse un ejercicio de imaginación para seguirle el tono a Pompeo cuando aboga por una apertura hacia su vecino caribeño.
El Secretario confiesa las condiciones para llegar a ese hipotético punto. Cuba tendría que renunciar a su sistema político, cortar los vínculos con amigos solidarios y asumir el patrón multipartidista nada afín con la historia local.
Esas son algunas de las exigencias del hombre proa del Departamento norteamericano de Estado, donde se cuecen estrategias extremistas junto a otras dependencias de la administración de Trump, a fin de ahogar a Cuba, como la de paralizar los envíos de combustible.
Pompeo, quien también dio su visto bueno a la cancelación de los viajes de crucero, la reducción de los servicios diplomáticos en La Habana y la aplicación de la Ley Helms Burton, trata, paradójicamente, de presentarse como un “salvador” de Cuba.
Sus declaraciones destilan demagogia, ignorancia y amenazas a los cubanos si mantienen su frente en alto.
La mayor de las Antillas aboga por una relación constructiva con Estados Unidos sin injerencias, en igualdad de condiciones y con respeto a la soberanía. No es ese el plan de Mike Pompeo.