Por: María Josefina Arce
Impulsar una respuesta regional y abordar acciones concretas es el objetivo de la Semana Latinoamericana y Caribeña sobre Cambio del Clima, que se unició en las últimas horas en Brasil, un país que paradojicamente bajo el mandato del presidente Jair Bolsonaro ha dejado la senda del cuidado del entorno.
Quizás este encuentro, auspiciado por la ONU, sirva para concientizar al menos un poco al presidente brasileño sobre la amenaza que representa para la humanidad este fenómeno.
Aunque teniendo en cuenta que Bolsonaro ve como una paranoia mundial los llamados a proteger la Amazonía y que además intentó frenar la realización de la cita en su país, es bastante dudoso que tome en consideración los acuerdos a los que lleguen los más de 3000 representantes de 33 naciones participantes.
Ya antes de tomar posesión en enero pasado, recuerdan los especialistas, anunció la cancelación de la vigésimo quinta Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático que debería tener lugar en Brasil en diciembre y finalmente debió ser trasladada para Santiago de Chile.
Desde un principio el nuevo gobierno brasileño ha dejado claro que no considera una prioridad el combate al cambio climático, e incluso barajó la opción de retirar a Brasil del Acuerdo de París, destinado a contrarrestar el calentamiento global.
Igualmente persiste en su empeño de destruir la Amazonía, el mayor pulmón del planeta y con una biodiversidad única y de las más ricas de la tierra.
A principios de este mes la organización ecologista Greenpace alertó sobre el aumento de la deforestación en el gigante sudamericano en un 40 por ciento en los últimos doce meses y afirmó que las políticas implementadas por la actual administración están destruyendo el Amazonas.
De acuerdo con las informaciones sólo en el pasado mes de julio la destrucción de los bosques ha ascendido a cerca de MIL 300 kilómetros cuadrados, un fenómeno que también afecta a las áreas indígenas.
Pero al presidente solo le interesa abrir la zona a la minería, la explotación maderera y la ganadería, sin tener en cuenta los graves daños ambientales que ocasionaría no solo al país, sino a todo el mundo.
La postura irracional de Bolsonaro y de su gabiente, con un titular de relaciones exteriores que achaca el cambio climático al lugar donde se colocan los medidores de temperatura, ha llevado a la suspensión de financiamiento de Alemania y Noruega destinado a la preservación de la Amazonia.
Gobernadores de nueve estados brasileños, integrantes de la Amazonía Legal, deploraron la posición del gobierno y en especial la del presidente, quien respondió de manera provocativa a la retirada de los recursos para el Fondo Amazonía.
Desde hace rato la actitud de Bolsonaro y de su séquito ha hecho sonar la alarma en el mundo, pero también en Brasil, donde a título de ciudades y estados se adoptan medidas para paliar los efectos del cambio climático como la ciudad de Salvador, escenario del encuentro de la ONU.
La urbe promociona los incentivos a las construcciones sostenibles, el impulso a los transportes limpios o la creación de nuevos parques, con 27 millones de metros cuadrados más de áreas protegidas.
Mientras el mundo y muchas ciudades y estados brasileños buscan proteger el medio ambiente ante el peligro que se cierne sobre la humanidad, Jair Bolsonaro va en otra dirección, más acorde con los preceptos de su admirado presidente de Estados Unidos, Donald Trump.