Los más pobres de los pobres

بقلم: Maite González Martínez
2020-05-07 07:27:17

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Imagen ilustrativa. Refugiados rohingya, en un barco en aguas tailandesas. Foto/AFP

Por: Guillermo Alvarado

Símbolo de los tormentosos tiempos que vivimos por la pandemia de Covid-19 son las frágiles barcas varadas en el Golfo de Bengala, muy cerca de las costas de Bangladesh, donde cientos de rohingyas languidecen por falta de agua y alimentos sin que nadie acepte que pisen suelo para salvar sus vidas.

Como se sabe, los rohingyas son un pueblo sin Estado, al que las autoridades de Myanmar, antigua Birmania, niegan su identidad e historia y los persigue con saña para borrarlos de la faz de la tierra por motivos racistas y religiosos.

Es una pequeña comunidad de confesión musulmana en un país de mayoría budista, donde sufren persecución desde mediados del siglo XIX que se agudizó a partir de 2017 cuando el gobierno de Aung San Suu Kyi, paradójicamente Premio Nobel de la Paz, lanzó al ejército contra ellos.

Habitualmente escapan por mar o tierra a la vecina Bangladesh, pero ahora, con la pandemia del SARS-CoV-2 como excusa, se les niega el ingreso y están varados entre la nada y la muerte.

Hace unos días la Unión Europea pidió a los gobiernos de esa región asiática emprender una operación de búsqueda y rescate de estas personas y garantizarles un desembarco seguro, pero hasta ahora no hay respuesta aunque se sabe que ya ocurrieron varios fallecimientos a bordo de las pequeñas naves.

No es el único drama que se desarrolla ante el silencio o la ignorancia de buena parte de la comunidad internacional. A miles de kilómetros, en el norte de Áfrical decenas de miles de seres humanos corren igual suerte entrampados en el desierto o en las costas y aguas del Mediterráneo.

Libia, a causa de la Covid-19, decidió expulsar a cuantos migrantes pudo entre marzo y abril, pero muchos se quedaron atascados en las arenas o hacinados en campamentos insalubres. La mayoría no tienen documentos por lo que tampoco son aceptados de regreso a su país.

España, Italia y Grecia, que eran la meta de quienes lograban embarcarse por el Mediterráneo, cerraron sus fronteras e incluso los barcos de organizaciones humanitarias que rescataban a muchos náufragos están obligados a permanecer varados en los puertos.

Nuestro continente no es inmune a esta inhumana situación. Donald Trump aprovechó la pandemia para expulsar a miles de indocumentados, incluso a los que ya tenían iniciado un proceso de solicitud de asilo.

Se les mando a México y este país los lanzó a la frontera con Guatemala, donde varios grupos quedaron abandonados a su suerte. Casi nadie les ayuda por temor a que estén contagiados con el nuevo coronavirus que está cambiando, y no siempre para bien, la condición de aquellos que son los más pobres, de entre los pobres.



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