Por Pedro Martínez Pírez
El asesinato del negro estadounidense Gerge Floyd, por un policía blanco en la ciudad de Minneapolis, en el Estado de Minessota, ha tenido una amplia divulgación en los medios de prensa de Cuba, y a mí me hizo recordar el racismo institucional imperante en el archipiélago cubano hasta el primero de enero de 1959.
Mi ciudad natal, Santa Clara, actual capital de la provincia central cubana de Villa Clara, no fue una excepción.
Allí hasta el triunfo de la Revolución Cubana el Parque Leoncio Vidal estuvo dividido en una zona preferencial para blancos, alrededor de la Glorieta , y los ciudadanos negros debían transitar por un área marginal donde apenas podía oirse la música que interpretaba la Banda Municipal.
Frente al Parque Leoncio Vidal de Santa Clara estaba el aristocrático Club de Leones, también sólo para blancos.
El racismo institucional se extendía a las playas de la ciudad de Caibarién, situada en el norte de la antigua provincia de Las Villas. Allí las mejores playas eran exclusivas para blancos y algunas de regular calidad estaban divididas por una extensa soga o cuerda gruesa para delimitar las aguas que podían disfrutar los negros o mulatos.
Ovidio Zumaquero fue uno de mis compañeros de estudios en la ciudad de Santa Clara. El por ser negro, no podía estar en el área de los blancos, y yo, de piel blanca, si podía acompañarlo en la zona para negros.
Afortunadamente yo tenía la educación que me inculcó mi padre, hijo de españoles, quien nunca se sentó en el área del parque destinada a los blancos. Y me educó desde niño a no discriminar al negro.
Luego vino el ideario de José Martí para completar mi formación antirracista. El Apóstol de la independencia de Cuba, quien vivió quince años en la ciudad de Nueva York, y le conoció las entrañas al monstruo imperialista, nos legó a todos los cubanos, dentro y fuera del archipiélago antillano y caribeño, valiosas reflexiones sobre el tema.
“Los hombres verdaderos, negros o blancos –afirmó José Martí-- se tratarán con lealtad o ternura, por el gusto del mérito, y el orgullo de todo lo que honre la tierra en que nacimos, negro o blanco”. Y agregó José Martí: “El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra; dígase hombre y ya se han dicho todos los derechos”.
Y fue un estadounidense de piel negra, de origen cubano, Alexander Alazo, quien alentado por el odio hacia Cuba que profesan sectores de la extrema derecha de Miami, atacó hace un mes la Embajada de Cuba en Washington, y uno de los 32 disparos que realizó lo recibió en el pecho la hermosa escultura de José Martí que preside esa sede.
Por eso nos decía el más universal de los cubanos que hombre es más que blanco, más que negro, más que mulato, dígase hombre y ya se ha dicho todo. Ojalá esos principios prevalezcan un día en los Estados Unidos, donde el actual inquilino de la Casa Blanca es el primero en alentar el racismo.
La Habana, 1 de junio de 2020.