La tragedia libanesa tiene aristas

بقلم: Maite González Martínez
2020-08-07 07:50:59

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Imagen / Mundo.

Por: Roberto Morejón

La doble explosión en el puerto de Beirut arruinó la capital de la República del Líbano, un país conmocionado desde antes por la crisis económica, el nuevo coronavirus y la polarización política y religiosa.

Las imágenes de televisión describen el sufrimiento de millones de libaneses luego del estallido de cargas de nitrato de amonio depositadas extrañamente en el lugar durante seis años.

Los edificios derrumbados y otros con esa amenaza, el aire contaminado y el posible aumento de los muertos ante el número de desaparecidos, llevan a pensar que una parte de la tragedia está por descubrirse.

Los decesos contabilizados pasan de un centenar, los heridos son miles, vehículos desechos y el pánico de los residentes en la capital del país del Mediterráneo, hicieron olvidar momentáneamente la otra guerra, la del nuevo coronavirus.

Pero el personal sanitario sale de la conmoción para alertar sobre hospitales colapsados aun antes de la devastación en el puerto y advierten de la urgencia de atender a heridos y pacientes aquejados por el virus SARS-Cov-2.

Sin embargo, el empeño se complica. La tragedia por el doble estallido de una carga letal llegó al Líbano cuando atraviesa su mayor crisis económica.

Analistas hablan de virtual bancarrota, abandono de deberes de ciertas autoridades y decepción ante los impedimentos a la obtención de préstamos internacionales.

Con alto desempleo, dilemas financieros e inflación, Líbano declaró en marzo un impago de deuda, situación agravada por la parálisis productiva y de servicios a causa de la pandemia.

La prensa destaca que casi la mitad de la población vive bajo el umbral de pobreza y vislumbra el recrudecimiento de ese indicador.

El principal granero del país quedó arrasado por las explosiones y las reservas de cereales menguaron, lo que unido a la pérdida de sus viviendas de 300 mil personas lleva a pensar en el aumento de las vicisitudes sociales.

A todo lo anterior se suma el contexto agitado de un país parlamentario donde la representatividad de comunidades religiosas juega un papel clave.

Líbano, estremecido meses atrás por manifestaciones a causa del ahogo económico, hoy tiene que extraer fuerzas adicionales para reponerse de un cataclismo, cuyas emanaciones aún visibles se mezclan con un virus letal y la vulnerabilidad estructural.



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