Por Maria Josefina Arce
La crisis sanitaria mundial por la COVID 19 ha acaparado la atención, pero aún sigue latente otra amenaza para el planeta: los incendios en el mayor bosque tropical.
Frescas todavía en la memoria las noticias e imágenes de la devastación que causó el fuego el pasado año en la Amazonía, la región vuelve a enfrentarse a ese peligro, en gran parte por la acción destructiva del hombre.
El Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales, de Brasil, alertó que en julio pasado el número de focos de incendios batió el récord con seis mil 91, frente a los 5318 registrados en igual periodo de 2019.
Al 77 por ciento se elevó la cifra de fuegos detectados en tierras indígenas, desprovistas de cualquier protección gubernamental.
El pasado año esta zona, considerada como uno de los pulmones del planeta, vio como se perdían numerosas especies de plantas y animales.
En aquel momento el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, intentó en un primer intento minimizar la tragedia ambiental, y después lo achacó a la temporada seca e incluso, acusó, sin evidencias, a organizaciones no gubernamentales de haber comenzado los incendios para socavar su autoridad.
Pero los estudios demostraron que el número de incendios estuvo en consonancia con la deforestación. Las 10 munipalidades con las más altas tasas de tala indiscriminada fueron las más afectadas por las llamas.
El hecho es que la política ambiental de Bolsonaro ha dado luz verde a la ganadería y minería que sin medida, daña el entorno.
Los expertos señalan que la COVID 19 ha ayudado al actual gobierno brasileño a ocultar su agenda de deforestación. Recuerdan que el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, dijo que debía aprovecharse que la prensa estaba volcada en la crisis sanitaria para cambiar reglamentos y simplificar las normas de protección.
La alarma se ha encendido nuevamente en la Amazonía. Está en riesgo una de las siete maravillas naturales del mundo, que no debe permitir que se pierda su rica biodiversidad.