La desigualdad pronunciada en el área es un caldo de cultivo para la propagación de la pandemia.
Foto: Cuba.cu
Por Roberto Morejón/RHC
Después de largos meses de duro bregar contra la COVID-19 en América Latina, el personal de salud adquirió experiencia en el tratamiento de pacientes graves, pero sería un error considerar que el peligro cedió.
La Organización Panamericana de la Salud alertó sobre el aumento de casos, cuyo número sobrepasó en las Américas los 17 millones, con más de 574 mil muertes.
Dicho de otra forma, el Hemisferio Occidental acoge la mitad de todos los positivos al virus SARS-Cov2 y de los decesos en el planeta.
Muy preocupante se percibe el hecho de que la enfermedad de origen respiratorio impacta cada vez más a los niños y jóvenes de las Américas, pues el número rebasa el medio millón.
Las estadísticas son muy elocuentes aunque los jóvenes contagiados por lo general NO llegan a ocupar camas en salas de terapia intensiva, pero pueden presentar señales graves.
En la situación específica de América Latina, junto con el deterioro de las circunstancias sanitarias tuvo un pico la otra pandemia, la referida a la exacerbación de los problemas económicos y sociales.
Sus pobladores sufrirán porque la economía caerá 9 por ciento en 2020 y la pobreza regresará a los reportes de 2005, al punto de considerarse desarticulada gran parte de la clase media.
En ese cuadro, parece muy atinada la apreciación de analistas de que en la región al sur del Río Bravo se sienten con mayor severidad las huellas de la recesión que las de la propia enfermedad.
Sin embargo, menospreciar o atenuar el peligro aun latente del azote sanitario sería un grave error, aunque sea ineludible comenzar a cohabitar con el nuevo coronavirus, siempre que persistan los planes de control.
Como recomiendan los especialistas y los organismos internacionales, todos los Estados deben trabajar juntos para luchar contra la COVID-19.
Mucho más en América Latina, con una desigualdad muy pronunciada.
Ya se sabe que el virus SARS Cov-2 NO tiene en cuenta las condiciones materiales para contagiar a una persona, pero la pertenencia a una esfera social sí la hace más vulnerable a adquirirlo y enfermarse.
La solidaridad y la colaboración junto a las estrictas medidas higiénico-sanitarias se erigen como las principales armas de la región, y de toda la Humanidad, contra el acecho del padecimiento letal de la COVID-19.