La llegada de Colón a estas tierras significó la destrucción de los pueblos originarios y su cultura.
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Por Guillermo Alvarado/RHC
El 12 de octubre de 1492, día de la irrupción europea en nuestro continente, fue sin duda alguna una fecha de gran trascendencia para nuestra especie, un parteaguas de la historia que puso fin al régimen feudal y abrió las puertas a la sociedad industrial y capitalista, pero a un enorme costo humano.
De acuerdo con el escritor argentino Bernardo Beksler, cuando Cristóbal Colón puso pie en estas tierras se desencadenaron una serie de impresionantes acontecimientos que transformaron y dinamizaron el mundo como se conocía entonces, sobre todo gracias al robo de las riquezas existentes aquí.
En los primeros 150 años de conquista, agrega, se trasladaron a España 17 mil toneladas de plata y 200 de oro, que potenciaron el incipiente trabajo comercial y manufacturero europeo, y abrieron las compuertas de la Revolución Industrial y el desarrollo capitalista.
Tales eventos, que varios países del viejo continente celebran hoy, fueron causa de un desastre social, cultural y humano con efectos negativos que cinco siglos después todavía enlutan a pueblos de varios continentes.
Ideólogos de los países beneficiados con esta tragedia han tratado de minimizar, disfrazar o justificar la muerte de millones de habitantes y el despojo del continente americano.
Dicen que “descubrieron” esta parte del planeta, pero aquí había pueblos que lo habían hecho miles de años antes, que se desarrollaron y construyeron civilizaciones asombrosas con conocimientos propios.
Menos sustento tuvo la tesis del “encuentro de las dos culturas”, como si la conquista hubiese sido un acontecimiento cordial y de mutuo acuerdo.
Al contrario, cien años después del arribo de Colón, de los 70 millones de pobladores que había en el continente, apenas quedaban tres millones y medio.
En ningún momento antes de la irrupción europea, dijo la académica Susanne Jonas, citada por Noam Chomsky en su libro ‘Año 501, La conquista continúa’, los habitantes originales habían sufrido tantas privaciones sistemáticas como ocurrió después.
“Hasta seis séptimas partes de la población indígena de América Central y México perecieron entre 1519 y 1650”, señala Jonas.
Pero no se trató sólo de eliminar a la gente, sino de destruir su cultura y borrar sus registros históricos para imponer los del conquistador.
El genocidio fue tan brutal que pronto no quedó mano de obra para explotar las riquezas naturales de este continente generoso en recursos, lo que dio lugar a otro crimen igual de deleznable, la cacería y el comercio de esclavos en África, una nueva fuente de riquezas para las metrópolis europeas.
Aquí, de este lado del Atlántico no hay absolutamente nada que celebrar este doce de octubre que es, en todo caso, día de luto y de compromiso para recuperar nuestra memoria.