Familiares de pacientes con Covid-19 compran oxígeno a empresa privada, en Manaus, Amazonas, Brasil, el 15 de enero de 2021. © Reuters/Bruno Kelly
Por: Roberto Morejón
En el estado brasileño de Amazonas reinan monopolios, empresarios y gerentes que viven del buen funcionamiento de una zona franca, pero la capital, Manaos, carece de oxígeno medicinal en medio de una crisis sanitaria por el nuevo coronavirus.
Se trata de uno de los tantos ejemplos de la gestión calamitosa del ultraderechista presidente Jair Bolsonaro, quien sabotea los esfuerzos de los gobernadores por controlar la COVID-19 .
Como su ídolo, Donald Trump, el primer mandatario brasileño se desentendió de los rigores de la salud colectiva en tiempos de pandemia, y dijo que no es obligación del gobierno llevar oxígeno a Manaos.
Así le daba la espalda a una tragedia en el epicentro de la enfermedad en Brasil.
Los médicos recordaron que el gas es
crucial para tratar a pacientes aquejados de pulmonía, a causa de la COVID-19 .
Las personas comienzan a colorearse de morado y entonces los familiares transportan a los pacientes a las casas.
En las calles, les será necesario conseguir los cilindros de oxígeno, hoy a precios exorbitantes que solo los más pudientes pueden sufragar, mientras los humildes desisten.
Es cierto que por gestiones del gobernador del estado arribaron a Manaos cantidades suplementarias de las ansiadas bombonas, pero insuficientes ante lo que algunos calificaron de “calamidad pública”.
El gobierno de Venezuela envió varios camiones con botellas de oxígeno y dijo analizar futuras asistencias, a pesar de que Bolsonaro dibuja una imagen distorsionada de las autoridades de Caracas.
El ex capitán es muy dispuesto para las acciones despectivas, pero resulta errático o, peor aún, ignora la fragilidad de la red sanitaria de Amazonas.
Allí se refleja con particular énfasis la gravedad del conflicto sanitario de todo un país, el cual contabilizó más de 9 millones 300 mil casos de COVID-19 y casi 228 mil 800 decesos.
El gigante sudamericano sigue bajo las riendas de un exhibicionista gobernante, capaz de calificar a la letal COVID-19 como una “gripecita”, un fruto de la histeria o una obra del sobredimensionamiento de su poder destructor.
Sus compatriotas se duelen de enojo e impotencia.
Él tiene amigos en el Congreso que frenan casi 60 peticiones de juicio político, pero NO se librará de las opiniones de su pueblo.