Infortunada ocurrencia

بقلم: Maite González Martínez
2021-07-29 08:49:51

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Por: Guillermo Alvarado

Hace pocos días el presidente de Colombia, Iván Duque, hizo algunas lamentables declaraciones públicas que hubiesen provocado mucha hilaridad, de no ser porque siempre existen por allí mentes obtusas capaces de hacer caso de ideas disparatadas.

En concreto, el gobernante sudamericano, sin encomendarse a dios ni al diablo, pidió a su homólogo de Estados Unidos que inscribiera a Venezuela en la lista de naciones patrocinadoras del terrorismo.

Lo primero entre muchas cosas que Duque olvidó fue la dignidad de su cargo, si acaso siente que le queda alguna. ¿Cómo se ve ante la comunidad internacional un jefe de Estado que pide a otro, obviamente más fuerte y poderoso, que castigue a un vecino sólo porque no comparte sus ideas?

Pero también se le fue de la mente que su país no es, ni mucho menos, un ejemplo de cualidades en nuestro continente, ni en el mundo entero.

Desafortunadamente para la patria de Jorge Eliécer Gaitán, radican allí dos importantes industrias de exportación que provocan sufrimientos, miserias y muerte en otros lugares, me refiero al narcotráfico y el mercenariato.

Igual que el opio en Afganistán, el cultivo de coca sigue en Colombia a pesar de la presencia de tropas norteamericanas, o quizás justamente debido a ello.

La ruta de la cocaína deja un reguero de sangre por América Central y México rumbo a su principal mercado en Estados Unidos, una huella que es perfectamente equiparable a la del terrorismo.

Respecto a los mercenarios colombianos, se habló recientemente de ellos con abundancia tras el asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, y podemos hablar más en próximos trabajos, pero que nadie se crea que ese fue su estreno.

Un informe del Comité del Senado sobre Seguridad Nacional de Estados Unidos, citado por la agencia británica BBC, indica que entre 2005 y 2009 el gobierno federal gastó tres mil cien millones de dólares en contratos privados para políticas antinarcóticos en la región y la mayoría se usó en Colombia.

Las llamadas guerras del Golfo y la de Afganistán dispararon el uso de “contratistas” por parte de empresas particulares, entre ellas Blackwater que entrenó a soldados y paramilitares en Colombia, o sea que conocía muy bien la mano de obra.

De acuerdo con el analista argentino Eduardo Giordano en la última década, bajo la pantalla de “seguridad privada”, floreció en el sur de Estados Unidos la contratación de mercenarios, con exmilitares colombianos como principal cantera porque, además de su alto entrenamiento, cobran barato.

Detalles que el presidente Duque omitió al hablar de Venezuela.



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