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Por: Guillermo Alvarado
Finalizaron las conmemoraciones por el vigésimo aniversario de los ataques contra las Torres Gemelas y otros objetivos en Estados Unidos, fecha que estuvo matizada por los recientes acontecimientos en Afganistán, y una vez silenciados los discursos quedan los hechos, innegables y dolorosos.
Los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron deplorables y merecen la condena más absoluta, así como la solidaridad con las víctimas, la inmensa mayoría de ellas civiles inocentes.
Sin embargo, la respuesta de la primera potencia económica y militar del mundo fue no menos objetable. La cruzada global contra el terrorismo que inauguró el expresidente George W. Bush llenó al mundo de temor e incertidumbre y estuvo muy lejos de terminar con la violencia extremista.
Afganistán fue uno de los focos en esta nueva era, pero no el único y poco a poco los conflictos y atentados se volvieron pan cotidiano.
De acuerdo con el proyecto Costos de la Guerra, del Instituto Watson de la Universidad Brown, en los últimos 20 años murieron en los escenarios de batalla casi un millón de personas de manera directa, sin contar los decesos posteriores asociados a las consecuencias de los enfrentamientos.
Iraq, Siria, Yemen, Libia, entre otros, marcan esta sangrienta ruta.
Cientos de miles de personas sufren daños mentales o físicos. Pienso, por ejemplo, en los niños de Fallujah, que padecen cáncer por las municiones de uranio empobrecido que Estados Unidos empleó en Irak, o los mismos soldados del Pentágono, entre quienes se cuadruplicó la cifra de suicidios.
El Instituto Watson estima en 680 el número de periodistas muertos durante la cobertura de las guerras, así como en 38 millones los refugiados y desplazados, que requieren ayuda humanitaria para sobrevivir.
La institución asegura que el gasto militar de Estados Unidos en las dos últimas décadas se eleva a 8 billones de dólares, una cifra asombrosa aún para un país inmensamente rico.
Otros, como el Instituto de Estudios Políticos, dicen que son 21 billones de dólares, si se toma en cuenta que en 20 años el Pentágono ha ubicado 750 bases en 80 países y que por lo menos 220 mil efectivos están asentados permanentemente en el extranjero.
Una parte de ese dinero sale de los impuestos que paga la población, pero la mayoría viene de préstamos que varias generaciones de estadounidenses estarán pagando en el futuro.
Desafortunadamente no hay información tan precisa sobre los costos económicos y humanos en los países que fueron víctimas de estas atrocidades, porque incluso los muertos suelen ser mal contados o subestimados.