Por: Guillermo Alvarado
Con el segundo gobierno de Piñera, entró en vigor una nueva ley migratoria muy restrictiva, que puso
trabas insalvables al proceso de regularización. (Foto:cooperativa.cl)
Decía en trabajo anterior que una de las oleadas de migrantes haitianos que están saturando los albergues de la capital mexicana, la mayoría manejados por organizaciones humanitarias, llegan después de una larga travesía que arranca casi en el extremo sur de nuestro continente.
Se trata de personas que durante varios años estuvieron asentadas en diversos puntos de la geografía chilena, a donde llegaron después del devastador terremoto de 2010 que les arrancó sus escasas pertenencias y destruyó sus viviendas, dejándolos sin amparo.
Corría entonces el primer gobierno de Sebastián Piñera, quien en marzo de 2014 entregó el cargo a Michelle Bachelet.
En esos años había una relativa estabilidad económica en la nación sudamericana, unida a leyes migratorias bastante flexibles, lo que funcionó como un atractivo para que muchos haitianos, y de otros países del área, llegaran hasta allí en busca de oportunidades.
Los números se empezaron a acelerar pues si entre 2013 y 2015 se estima que arribaron unas 40 mil personas procedentes de la nación caribeña, un año después fueron 48 mil 700 y en 2017 la cifra de migrantes haitianos ascendió hasta los 104 mil 700.
En 2018, con el segundo gobierno de Piñera, entró en vigor una nueva ley migratoria muy restrictiva, que puso trabas insalvables al proceso de regularización al pedir, por ejemplo, documentos que sólo se podían conseguir en Haití, algo imposible para quienes hacía años salieron de allí.
Sin residencia legal no es factible encontrar un trabajo o una vivienda, pero además comenzó una campaña de odio y hostigamiento contra los migrantes que el ejecutivo de alguna manera estimuló, o por lo menos no impidió.
Durante 2019 muchos sucumbieron a la ilusión de que algo iba a cambiar en Estados Unidos si perdía las elecciones Donald Trump, y comenzaron los preparativos para un éxodo que se aceleró tras la victoria de Joe Biden.
La aparición de la pandemia del nuevo coronavirus en 2020 no contuvo este gran movimiento de seres humanos, que consistió en atravesar casi todo el continente en transportes precarios y a pie en las zonas montañosas, un viaje de proporciones épicas que dejó no pocas víctimas a lo largo del camino.
Otros grupos que salieron de Brasil se unieron a estas caravanas, azuzadas por el miedo, la pobreza y la ilusión, maltratadas por la indiferencia de los pobladores, los obstáculos de las autoridades y la avaricia de los traficantes.
Los primeros que llegaron encontraron trancadas las puertas del paraíso, los que les siguen insisten porque no hay marcha atrás en este viaje, que muchas veces conduce hasta la nada.