Dentro y fuera del recinto cundieron la frustración y la cólera. Foto: www.aa.com.tr
Por Guillermo Alvarado (RHC)
Más que con acuerdos sustantivos, la cumbre de la ONU sobre cambio climático realizada en Glasgow, Reino Unido, terminó con un abierto divorcio entre la realidad apremiante del calentamiento global y los intereses de los países ricos que son, a su vez, los más contaminantes.
Como suele ocurrir, una maniobra de última hora negociada en secreto y aceptada por la dirección del encuentro, dio al traste con las esperanzas de que por fin se impondría la sensatez y podríamos dejarles un planeta más habitable a nuestros descendientes.
Cuando se debatía la declaración final, apareció de pronto un cambio aparentemente inocente, que echó por tierra el trabajo de meses anteriores.
En lugar de exigir la eliminación del uso de combustibles fósiles y carbón, se propuso su “reducción gradual”, lo que dejó las cosas como estaban antes.
Más aún, los países ricos no se comprometieron a mantener el fondo anual de cien mil millones de dólares, que serviría para financiar la transición energética y la adaptación al cambio climático en las naciones pobres.
Se negaron, asimismo, a pagar las pérdidas y daños causados por la explotación irracional y desenfrenada de los recursos naturales en el mundo menos desarrollado.
Dentro y fuera del recinto cundieron la frustración y la cólera y aunque el presidente de la cumbre, el británico Alok Sharma, pidió perdón por lo ocurrido al final, varias delegaciones criticaron con dureza la actitud de un pequeño grupo de poderosos.
Victoria pírrica, insuficiente y vacía de contenido por ahora, fue que se salvó el principio de impedir un incremento de la temperatura global por encima de 1,5 grados centígrados para fin de siglo, es decir que se le puso respiración artificial a los Acuerdos de París de diciembre de 2015, pero nada más.
Foto: Archivo/RHC
Quizás la descripción más exacta de lo ocurrido en la ciudad escocesa de Glasgow la hizo Gabriela Bucher, directora ejecutiva de Oxfam Internacional.
“Claramente –dijo- algunos líderes mundiales piensan que no viven en el mismo planeta que el resto de nosotros. Parece que ninguna cantidad de incendios, aumento del nivel del mar o sequías los hará recobrar el sentido para detener el aumento de las emisiones a expensas de la humanidad”.
Los temas sustanciales se quedaron entonces para la próxima cita, que será la COP-27 y tendrá en 2022 como sede a la ciudad de El Cairo, Egipto, que volverá a ser llamada “la última oportunidad de salvar al mundo”.
No será la última, claro, pero sí una más hacia el colapso climático.
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