Por: Guillermo Alvarado
Este 27 de enero se conmemoró el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, fecha que coincide con la liberación en 1945 del infame campo de prisioneros de Auschwitz por el Ejército Rojo de la Unión Soviética, un sitio donde se cometieron todos los horrores imaginables.
Hace unos 30 años tuve ocasión de recorrer, junto a un grupo de invitados, el campo de Sachsenhausen, en Brandemburgo, cerca de Berlín, donde fueron confinados alemanes opositores al régimen nazi, judíos, homosexuales, polacos y prisioneros soviéticos, que eran ejecutados sumariamente.
En esa instalación se hicieron experimentos médicos y otras barbaridades. Todavía existe una pista donde grupos de prisioneros debían caminar todos los días entre 25 y 40 kilómetros sobre diversas superficies para probar el calzado militar alemán y quienes no soportaban esas marchas eran eliminados.
Los registros indican que 160 mil personas estuvieron en ese lugar y de ellos 30 mil murieron y sus cuerpos fueron destruidos en los hornos crematorios.
El recorrido ocupó buena parte del día y al caer la tarde muy pocos de entre nosotros pudieron probar la comida. Sólo habíamos visto una ligera imagen, un atisbo de lo ocurrido en otros lugares, como en el complejo de exterminio de Auschwitz.
Es inconcebible todo lo que el odio puede llevar a un ser humano a hacer contra sus semejantes, de allí lo importante que es frenar a tiempo los fanatismos, el extremismo, las falsas ideas de una raza superior, el miedo a lo que es extraño o distinto.
Más complejo es tratar de comprender cómo la indiferencia generalizada permite que actos semejantes a los ocurridos en Europa durante la II Guerra Mundial se repitan, casi de manera natural, en otros lugares del mundo.
Pienso, por ejemplo, en el pueblo palestino sometido a una fría política de exterminio, que en muy poco se diferencia de la que sufrieron los abuelos de sus actuales victimarios.
Vienen a mi memoria las 440 aldeas borradas del mapa de Guatemala, muchas de ellas junto con sus habitantes, o las atrocidades que sufrieron las mujeres indígenas, como las valientes pobladoras ajchíes, que debieron luchar 30 años para lograr la condena a los paramilitares que las violaron en masa.
Cómo olvidar a las decenas de miles de latinoamericanos torturados y asesinados en las mazmorras de las dictaduras en toda la región.
El holocausto judío, que también fue de otros pueblos, no ha terminado, las ideas que lo alimentaron están vivas, se pasean por Birmania, bombardearon Libia, destruyeron Irak y Afganistán, amenazan a Rusia, asesinan líderes sociales en Colombia, se esconden en la impunidad. ¿Hasta cuándo?