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Por María Josefina Arce.
Cuando la explosión en el hotel Saratoga en mayo pasado, que dejó 46 víctimas mortales y decenas de heridos, los cubanos no lo pensaron dos veces y acudieron voluntariamente a donar sangre para ayudar a salvar la vida de sus compatriotas.
Fue tal la cantidad de personas que se presentaron en el Banco Provincial de Sangre de La Habana, en el barrio del Vedado, que las autoridades sanitarias habilitaron otros lugares dentro de los hospitales para poder recibir a aquella marea de capitalinos.
Incluso el ministro cubano de Salud Pública, José Angel Portal, aseguró que existía también la disposición del vital líquido de las provincias cercanas a la capital.
En la Mayor de las Antillas es una tradición esta actitud generosa y solidaria, que fue ganando fuerza desde que en 1970 el líder histórico de la revolución cubana, Fidel Castro, donó su sangre para ayudar al pueblo del Perú, devastado por un fuerte terremoto.
De hecho Cuba es uno de los pocos países de las Américas que tiene ciento por ciento de donaciones de sangre voluntarias, sin ningún tipo de remuneración, como es habitual en otras muchas naciones.
Numerosos son esos héroes anónimos que con su actitud desinteresada y altruista posibilitan salvar incontables vidas. Fundamental es la sangre segura en los tratamientos y las intervenciones urgentes.
Es igualmente esencial para aumentar la esperanza y calidad de vida de los pacientes con enfermedades potencialmente mortales y llevar a cabo procedimientos médicos y quirúrgicos completos.
Con la llegada de la COVID 19 no se detuvo el Programa Nacional de Sangre, se trazaron nuevas estrategias e incluso, se incorporó la donación del plasma de convalecientes de la enfermedad causada por el nuevo coronavirus, utilizado como tratamiento alternativo para los enfermos.
De acuerdo con los especialistas, ese plasma, seguro a partir de la realización de pruebas virológicas, se empleó en pacientes que mantenían un PCR positivo durante varios días o en pacientes en estado grave no ventilado.
Grande ha sido el esfuerzo del país para mantener este esencial programa, pues el bloqueo norteamericano obstaculiza la adquisición del material gastable y la renovación de los equipos necesarios para procesar la sangre donada de tecnología muy costosa, y cuyo precio aumenta para nosotros ya que hay que comprarlos en lejanos mercados.
Las donaciones voluntarias de sangre también distinguen a nuestro sistema de salud y, son una muestra más del carácter solidario y humanista de los cubanos, quienes nunca han dudado en ayudar igualmente a otros pueblos, víctimas de desastres