Escalada de violencia en el conflicto israelo-palestino. (Foto: internet)

Por María Josefina Arce

La comunidad internacional observa con preocupación la escalada de violencia en el conflicto israelo-palestino, uno de  los más largos y sangrientos del Medio Oriente y sin una resolución inmediata a la vista.
    
Numerosas son las víctimas en ambas partes, tras la ofensiva de HAMAS, Movimiento de Resistencia Islámica, contra Israel y los ataques sionistas contra la Franja de Gaza, bloqueada desde 2007 por el régimen de Tel Aviv y que ha dejado aislados a unos dos millones de palestinos.
    
Gobiernos de todo el mundo reclaman una solución amplia, justa y duradera al conflicto que se remonta ya a varias décadas y ha provocado la expulsión de su territorio de millones  de palestinos y una tragedia humanitaria.
    
Este ha sido un año de gran violencia en la zona. La siempre latente tensión se elevó con la redada militar sionista en Nablus, en el norte de Cisjordania ocupada, en febrero pasado, y el asalto a principios de abril a la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén, durante el mes de Ramadán.
    
Ahora los enfrentamientos entre ambas partes han endurecido el conflicto y complicado la situación, cuya solución siempre ha chocado con la negativa de Tel Aviv de regresar a los palestinos los territorios que les arrebató.
   
Por el contrario el régimen sionista ha incentivado los asentamientos de colonos israelíes en la Cisjordania ocupada, que se anexó en 1967 junto a la Franja de Gaza y Jerusalén Este.
   
En virtud del derecho internacional esta política de colonización es ilegal y condenada por la comunidad internacional. Sin embargo,  ha sido una práctica de todas las administraciones israelíes, pero que el actual primer ministro Benjamin Netanyahu ha reforzado.
   
Un informe de junio de 2022 elaborado por expertos de la ONU sobre derechos humanos señala que poner fin a la ocupación por Tel Aviv de los territorios palestinos es crucial para poner fin al ciclo persistente de violencia y al prolongado conflicto.
   
Otro de los puntos de desacuerdo es Jerusalén, considerada una ciudad sagrada para el judaísmo, el catolicismo y el islam, y que se disputan las dos partes. Los palestinos  consideran a Jerusalén este como capital de su futuro estado independiente, que debe estar conformado de acuerdo a los límites previos a junio de 1967, antes de  la llamada Guerra de los Seis Días, algo que rechaza Israel.
    
Más de 70 % de los países miembros de la ONU reconoce a Palestina como Estado. En 2012 le fue otorgada la condición de estado observador no miembro de la ONU y en ese mismo año fue admitida como miembro de la UNESCO, Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
   
Sin embargo, Israel insiste en violar el derecho de los palestinos a su tierra y ha intensificado la represión contra esa población. El pasado año las fuerzas israelíes de ocupación asesinaron a más de 150 palestinos en Cisjordania y Jerusalén Este.
   
Cada vez parece alejarse más la posibilidad de lograr una paz duradera entre ambas partes, máxime cuando el actual gobierno israelí tiene una marcada tendencia de ultraderecha, lo que apunta a un aumento de la violencia y las tensiones.