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Por Roberto Morejón
El grupo BRICS, ahora ampliado, refuerza en 2024 su papel como bloque geopolítico de arraigo en la comunidad internacional y hacia él mira con esperanzas, atinadamente, el Sur global.
La agrupación integrada por Rusia, China, Sudáfrica, Brasil e India, incorporó cinco naciones más, Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos.
Todos tienen capacidad suficiente como para asumir distanciamientos, cuando así lo determinen, de rumbos contraproducentes a los signados por las naciones industrializadas.
Sin ser un bloque anti-occidental o anti-estadounidense, como algunos sugieren, los BRICS probablemente fortalecerán su visión de la economía en la que el dólar no debe ejercer el rol monopolizador.
Por cierto, el portal Sputnik asegura de acuerdo con estudios realizados en su seno que uno de cada tres países de la ONU emprendió la ruta de la desdolarización.
En esa coyuntura, los expertos auguran que en su nueva etapa, los BRICS expandan lazos comerciales y financieros a su interior, con hincapié en monedas locales, y pongan en tela de juicio prácticas y políticas del Norte industrializado, con el Fondo Monetario Internacional a la cabeza.
Como cobertura de esas y otras aspiraciones se manifestará el hecho de que los miembros del BRICS representarán 33 por ciento de la producción mundial en 2028, en comparación con 27 por ciento del grupo de las economías más desarrolladas del planeta.
No puede dejarse de lado la influencia del mecanismo citado en la determinación de los precios del petróleo y gas, fuentes energéticas que inciden en la geopolítica internacional.
No obstante, los BRICS también tienen otras metas, como las expuestas por el jefe de estado Vladimir Putin, pues Rusia asumió en 2024 la presidencia pro tempore.
De acuerdo con el primer mandatario, son tiempos de enfatizar en el multilateralismo, seguridad mundial equitativa y en el papel de la ciencia y la técnica.
Con todos esos soportes y anhelos se abren los BRICS, del que, sin mayor sorpresa, se desentendió Argentina.
Lo hizo por decisión del ultraderechista presidente Javier Milei, quien se define como “anarco-capitalista” o partidario de eliminar el Estado y aboga por enfriar lazos con China y actuar amigablemente con Washington.
De esta forma Milei dio un paso en falso que ni siquiera se atrevió a concretar su amigo, el ultraderechista Jair Bolsonaro, durante su mandato en Brasil.