Migrantes africanos en Islas Canarias
por Guillermo Alvarado
Miles de personas, casi todas de origen africano, se concentran en Marruecos o en las Islas Canarias con la esperanza de poder entrar a territorio continental español, buscar mejores condiciones de vida o escapar a la violencia o los estragos del cambio climático en sus países.
Cualquiera de las rutas escogidas encierra muchos riesgos, pero ellos y sus familias viajan empujados por necesidades que van más allá del peligro por lo cual, a pesar de los obstáculos, la cifra de migrantes desesperados crecerá este año respecto a los anteriores.
De acuerdo con cifras del ministerio español del Interior, en lo que va de año arribaron a ese país de forma irregular unas 31 mil personas, de las cuales la mayoría lo hicieron desde las Canarias.
De mantenerse esa tendencia, el número de viajeros durante todo 2024 rondará los 70 mil señaló esa cartera, y eso sin contar con quienes quedan varados sin poder avanzar hacia su objetivo o retornar a casa.
Y no es precisamente que sean bienvenidos si acaso logran tocar suelo continental español ni mucho menos, pues ese país, como el resto de la Unión Europea pone severos límites a los migrantes.
Precisamente una de las principales críticas que le hacen a Madrid las organizaciones humanitarias es la ausencia casi total de políticas para atender a quienes arriban en situación irregular, menos aún facilitarles la integración a la sociedad y al mercado laboral.
En Ceuta y Melilla, dos enclaves españoles en el norte de África, las autoridades tienen prácticamente alambrada la frontera con Marruecos para impedir el paso y tanto de día como de noche hay personal en las costas para detener a quienes intentan llegar a nado.
De hecho, buena parte del trabajo sucio lo hacen las autoridades marroquíes, sobre todo después que normalizaron las relaciones con España.
Lo que en Europa no terminan de entender es que para nada se trata de un capricho de los migrantes, no es un viaje de placer, sino una travesía donde la eventualidad de perder la vida es permanente.
Se sabe, más o menos, cuántos arriban a ese continente, pero no hay datos certeros de quienes murieron agobiados en las arenas de los desiertos o yacen en el fondo del mar tras el naufragio de las débiles embarcaciones, que suelen ir cargadas más allá de su capacidad.
Sólo quienes ya perdieron todo se aventuran de esta manera, aún sabiendo que al llegar, si llegan, serán rechazados y discriminados en sociedades donde el humanismo no es un valor que esté de moda.