por Roberto Morejón
Si el nuevo presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Henry Ramos Allup, se propuso atraer la atención, lo ha logrado, pero no por una actitud constructiva para debatir sobre las dificultades del país, sino por su afán de confrontación.
El titular se pronunció sin sonrojo por desalojar del palacio de Miraflores al presidente venezolano, Nicolás Maduro, en seis meses, en lugar de invitarlo a colaborar para atender las dificultades económicas del país.
Los ingresos de la economía venezolana dependen en casi 96 por ciento de la venta de petróleo, cuyo precio cae estrepitosamente.
Sometida a una guerra económica alentada por empresarios y la derecha que ahora controla la Asamblea Nacional después del revés electoral del chavismo, Venezuela necesita de la serenidad de las fuerzas políticas.
No por casualidad el presidente Maduro llamó a la tranquilidad antes de instalarse la Asamblea, pero la exhortación fue desoída por una fuerza que, guiada por Ramos Allup y otras beligerantes figuras, optan por el revanchismo.
La imposición de tres diputados en la juramentación del pasado martes en franco desafío al Tribunal Supremo de Justicia, constituye un precedente impropio de personajes que se presentan como demócratas.
Con su voz irritante y despectiva, el nuevo titular de la Asamblea Nacional se exhibió jubiloso cuando ordenó sacar del Palacio Federal Legislativo cuadros del Libertador Simón Bolívar y del líder de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez.
En lo que sectores populares calificaron como un acto de irrespeto a valores históricos, el exponente del corrupto partido Acción Democrática mostró carencia de escrúpulos.
En un video que dio la vuelta al mundo se escucha al titular del legislativo venezolano cuando instaba a los trabajadores del palacio a llevarse los cuadros de Bolívar y Chávez a la casa de gobierno o ---según dijo-- al “aseo”.
Así se manifiesta este político de la vieja guardia, nostálgico de la cuarta República, que la llamada Mesa de la Unidad Democrática utiliza como proa para anular leyes de beneficio popular, privatizar empresas públicas y sumir al país en el neoliberalismo.
No importa que durante la campaña para los comicios del seis de diciembre último la oposición venezolana afirmara que si tomaban el control del parlamento, enfatizarían su atención en los asuntos económicos.
Aquellas promesas se hicieron polvo y sólo queda el inicio de una provocadora cruzada contra el gobierno y un grave conflicto de poderes.
Es atendible la opinión del dirigente político revolucionario Diosdado Cabello, quien consideró que el desconocimiento de las instituciones venezolanas es la antesala de un golpe parlamentario para derrocar al gobierno.