Por: Roberto Morejón
Los peruanos acudirán a las urnas con la certeza de que durante la crispada campaña electoral los candidatos a la presidencia eludieron discutir cambios al modelo económico, presentado como portentoso, que en la práctica aumentó las desigualdades sociales.
En Perú se habla más del llamado “milagro económico” que de los problemas de una parte importante de la población, burlada en sus esperanzas de que las pregonadas alzas de la macroeconomía favorecieran sus intereses.
Una economía dependiente de la extracción de recursos naturales y de las alzas de los precios de los minerales e hidrocarburos, estimuló a Perú en los últimos 15 años, en los que la privatización de sectores clave fue la bandera de los gobiernos.
Los principales aspirantes a la presidencia secundan ese derrotero con la excepción de Verónika Mendoza, candidata del Frente Amplio, propensa a revisar concesiones mineras.
Los demás postulantes abogan por mantener las políticas de libre mercado porque --aducen-- Perú exhibió hasta hace unos años crecimientos del Producto Interno Bruto de seis y siete por ciento.
Aunque esos resultados son asunto del pasado por la caída de los precios de las materias primeras, los pretendientes a la Jefatura del Estado insisten en mirar hacia la Alianza del Pacífico y preservar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
El economista peruano Oscar Ugarteche define el camino de su país como aquel de tendencia ortodoxa contrapuesto al elegido por Argentina con los Kirchner, Brasil, Ecuador, Bolivia y Venezuela, por las aperturas sin restricciones a la inversión extranjera.
Nadie discute las ventajas de atraer capitales y tecnologías externas, pero en otros países se trata de diversificar la producción y beneficiar a los menos favorecidos.
Sin embargo, Perú optó por reforzar las producciones primarias hasta representar el 74 por ciento del total, no invertir en la generación de valores agregados y descuidar esferas cruciales como la construcción y la manufactura.
Es cierto que la pobreza disminuyó en los últimos años a casi 23 por ciento, pues según el gobierno cerca de 800 mil personas dejaron esa clasificación.
Pero el indicador sigue alto, la productividad es baja y la informalidad laboral comprende al 75 por ciento de la población económicamente activa.
Si bien los apologistas del neoliberalismo se refieren a Perú como “la estrella de América”, ese fulgor sólo es aprovechado por los principales sectores económicos y oligárquicos, a contrapelo de las demandas sociales.
El Estado no corrige las distorsiones del mercado y en la distribución de la riqueza y los políticos tradicionales esquivan debatir sobre el tema.