Por: Guillermo Alvarado
Fiel a sus ideas de olvidar o minimizar la historia y sus consecuencias, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, realiza en estos días una gira por Asia con el firme propósito de ignorar las tremendas atrocidades que su país cometió contra varios pueblos de ese continente en el siglo pasado y que todavía causan graves secuelas a millones de seres humanos.
El jefe de Estado norteamericano se pasea por Vietnam, se exhibe como una estrella de cine en restaurantes populares, pero no pronuncia una sola palabra de consuelo a las víctimas de los 70 millones de litros del herbicida llamado agente naranja que sus aviones bombardearon sobre ese territorio hace 40 años, un tiempo no tan largo como para creer que se borró de la memoria.
Por lo menos cinco millones de vietnamitas fueron afectados por ese terrible químico y hoy dia es posible visitar hospitales donde niños con sus extremidades retorcidas, graves tumores, cáncer y malformaciones genéticas son una muestra viva, si a esto se le puede llamar vida, de la feroz guerra desatada por Estados Unidos contra la nación asiática.
Ninguno de estos hospitales figura en la agenda de Obama, como tampoco lo está acelerar acciones contra las empresas Monsanto y Dow Chemical, fabricantes del oprobioso líquido, ni contra los generales que desde sus cómodos despachos en el Pentágono ordenaron lanzarlo contra la población civil.
De Vietnam el presidente de Estados Unidos se dirigirá a Japón, justo cuando faltan pocos meses para el 71 aniversario de la masacre más grande de que se tenga noticia en la historia pasada o reciente de nuestra especie, es decir, los bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki.
El lunes 6 y el jueves 9 de agosto de 1945 el infierno se abatió sobre estas dos urbes japonesas, donde no había objetivos militares importantes y cuando al régimen fascista en ese país oriental le quedaban ya muy pocos días de vida.
Fue un crimen odioso, horrible a innecesario ordenado desde la Casa Blanca por el entonces presidente Harry Truman, que volatilizó en segundos a cientos de miles de personas y dejó inutilizadas para siempre a una cantidad mayor de seres humanos.
Según los voceros de Barack Obama, el primer mandatario estadounidense no tiene ninguna intención de pedir perdón a Japón, ni a toda la humanidad, por este brutal acto de genocidio.
Recordemos que a él no le gusta la historia, no le gusta sobre todo cuando puede traer a la memoria la pesada deuda que la primera potencia nuclear, la única que ha utilizado esa arma contra sus semejantes, tiene para con las víctimas de esos bombardeos, para con sus hijos, y los hijos de sus hijos, hasta quién sabe cuántas generaciones más.
El está en Asia, dijo, para reforzar el papel de su país en ese continente. Como no gusta de la historia, no se da cuenta de que ese papel ya existe y es muy fuerte, es imborrable, indeleble en el imaginario popular, donde toma la figura de una mano ensangrentada y la calavera asentada sobre dos fémures cruzados.