Por: Guillermo Alvarado
El presidente de Francia, François Hollande, insiste en llevar a la práctica una polémica reforma laboral que cancela muchos derechos de los trabajadores y que está generando intensas manifestaciones de protesta, como no se había visto en los últimos tiempos, precisamente en un año en que los partidos políticos están afinando sus candidaturas con vistas a las elecciones generales del 2017.
El mandatario, fiel a un estilo obcecado de gobernar, eludió el debate parlamentario sobre el proyecto consciente de que muchos miembros de su agrupación, el centro derechista Partido Socialista, se oponen a la ley que provocó la indignación de sindicatos y otras organizaciones.
No es para menos, pues la citada reforma otorga a los patronos el derecho de extender o reducir la jornada laboral según sus necesidades, rebajar el valor de las horas extras, despedir a sus obreros pagándoles una indemnización por debajo de lo establecido y violar flagrantemente los pactos colectivos firmados con las agrupaciones gremiales.
Las constantes marchas, huelgas y otras formas de rechazo, así como la testarudez del jefe de Estado, y la violenta represión de la policía, sirvieron de caldo de cultivo para que diversos grupos se unieran en un frente inédito, que ha acallado las incipientes discusiones sobre la campaña por los comicios del año venidero, cuyos motores tardan en calentar.
Los opositores llamaron a reforzar las manifestaciones en los próximos días y poner en práctica lo que denominaron el “voto ciudadano” para forzar al ejecutivo a cambiar el rumbo.
El descontento está centralizado por estos días en el complejo energético y petrolero, con el cierre de acceso a instalaciones, la baja de la producción en algunas centrales electro nucleares y el riesgo de desabastecimiento de combustible en los dos principales aeropuertos parisinos, el Orly y el Charles de Gaulle.
La semana próxima podrían sumarse a las huelgas otros sectores, como el transporte donde está planteado en algunas ramas un paro indefinido de labores.
En tanto, la aprobación popular hacia Hollande está en picada, lo que preocupa a muchos de sus correligionarios porque existe la posibilidad de que quede excluido de la candidatura a la reelección.
En términos generales se trata de un presidente que nunca disfrutó del beneplácito de sus ciudadanos. Cuando venció en las elecciones de 2012, fue más porque la gente votó en contra de su rival, el entonces mandatario Nicolás Sarkozy.
Ahora, la población lo acusa de llevar a la práctica programas neoliberales que la misma derecha nunca se atrevió y de atentar contra las garantías laborales conseguidas tras décadas de lucha.
Y justamente, cuando comienza el rejuego electoral, Hollande se empecina en llevar adelante cambios que sólo beneficiarán a los patronos y dañarán a los trabajadores. Quizás alguien debiera soplarle al oído el dicho aquel de que “quien por su gusto muere, la muerte le sabe a gloria”.