Por Graziella Pogolotti*
Ni en barco de guerra, ni en tren militar. El corrido mexicano anduvo por el mundo impulsado por una revolución que, después de la literatura modernista, definía la voz propia de Nuestra América.
Esta vez, eran los de abajo. Por eso resultó tan afortunado el título de la novela clásica de Mariano Azuela. El inmenso país, todavía extenso, a pesar de la mutilación infligida por su vecino del norte, cristalizaba en el cruce de dos figuras míticas.
Una de ellas, Pancho Villa, se desplazaba desde el norte. La otra, Emiliano Zapata, llegaba desde el siempre sufrido sur. Hombres de la tierra, ambos cayeron víctimas de la traición.
La revolución mexicana inspiró un poderoso movimiento cultural que traspasó las fronteras del país. Las obras de Diego Rivera, Orozco y Siqueiros invadieron los muros de las instituciones públicas. Todavía provinciana, la ciudad de México albergó artistas e intelectuales de todas partes.
José Vasconcelos patrocinó ediciones populares de los clásicos. A pesar de los conflictos internos, el general Lázaro Cárdenas desarrolló iniciativas que concitaron el respeto de los movimientos populares y de los intelectuales progresistas. Nacionalizó el petróleo.
Entregó tierras a los campesinos. Acogió a la España republicana de manera generosa y benefició de ese modo al país con el aporte de los emigrados en el plano de las ideas, mediante su trabajo en las Universidades, en las editoriales y en el prestigioso Colegio de México.
Sin embargo, la antigua oligarquía cedió paso a una burguesía emergente. La base campesina se resquebrajó. El movimiento obrero cayó en manos de los llamados sindicatos charros. Los 50 del pasado siglo mostraron una significativa contribución de la antropología y al estudio de las culturas prehispánicas.
Con dos brevísimos libros, Juan Rulfo se convertía en uno de los maestros de la nueva narrativa latinoamericana. Madura en el oficio, una nueva generación de escritores reafirmaba con fuerza una mirada hacia adentro. Se propusieron documentar la realidad del país y plantearon una relectura crítica del proceso revolucionario. Una política proteccionista animó la vida industrial nacional.
La transformación de la sociedad y el consiguiente crecimiento de un poder económico privado junto a la desaparición de los líderes populares representantes de los de abajo condujo a la revolución mexicana a definir un programa nacionalista burgués.
El proceso desembocó en la firma del tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. Símbolo impactante de la nueva realidad, las tierras definidas por su cultura del maíz han devenido importadora de cereal. Desde que José María Heredia vivió un exilio productivo en el país vecino, los cubanos hemos tenido un vínculo cultural y sentimental con México.
Ahora, más que nunca, el proceso histórico de la nación suscita una meditación que debe comprometer el pensamiento de izquierda de Nuestra América. A pesar de tantos reveses sufridos, los movimientos populares irrumpieron con fuerza a partir de los 90 del pasado siglo.
Por primera vez, con matices diferentes, la voluntad transformadora se expandía a un conjunto de países con extensísimos territorios de enormes riquezas, aleccionados también por la violencia de las dictaduras articuladas, como nunca antes a nivel continental. Así pudo derrocarse el ALCA y se diseñaron proyectos de efectiva colaboración entre nuestros países.
Los obstáculos que se interponen en el camino de la edificación de sociedades proyectadas hacia el mejoramiento humano son de variada naturaleza. El imperialismo ha tomado el rostro de la globalización neoliberal capitalista.
La crisis económica derivada de la explosión de la burbuja financiera, puso los recursos gubernamentales en función del salvataje de las instituciones bancarias. Entonces, los contribuyentes, representantes de quienes perdieron casas y empleos, sufragaron el rescate de sus victimarios.
Las finanzas ejercen sus dominios en todos los terrenos. El neoliberalismo constituye una doctrina económica. Implica también una concepción del mundo, y una filosofía y, paradójicamente, una ideología, aunque su muerte se proclame a escala universal por tirios y troyanos.
El actual panorama de América Latina nos concierne a todos. Nuestras vidas y el futuro de nuestros hijos dependen en gran medida de un propósito integracionista, garantía de soberanía y de estabilidad económica. La globalización neoliberal capitalista ha demostrado su creatividad en la invención de fórmulas para socavar los gobiernos populares.
El poder financiero encierra en el manejo de los altibajos de las bolsas de valores, un modo de desencadenar el pánico. El empleo de la ciencia en el diseño de la comunicación de masas construye subjetividades. Lo ocurrido en Brasil merece un estudio a fondo que articule la influencia externa con el papel de las élites internas.
El conjunto de factores interdependientes y la corrupción galopante conducen a la pérdida de fe, fuerza poderosa que mueve montañas, mientras los partidos políticos tradicionales se desdibujan. Con nombres diversos, incluida la socialdemocracia, responden a similar doctrina neoliberal.
El rechazo a la ideología identificada a la vulgarización de la propaganda conduce a la subestimación de la política, vinculada a la demagogia y la corrupción. Son conceptos que circulan por la academia y contaminan el lenguaje común. Corramos el riesgo de volver a los orígenes de las cosas.
Ideología equivale a pensamiento etipológicamente, política procede de sociedad. Defender estas nociones es tarea urgente para que la izquierda recupere su papel. Es uno de los grandes desafíos del momento.
*Destacada intelectual cubana
(Tomado del periódico Juventud Rebelde)