Graziella Pogolotti*
Miles de jóvenes vietnamitas estudiaron en Cuba y en otros países socialistas durante los años de guerra. Orientada por Ho Chi Minh, la política se proponía garantizar el futuro de una nación que, tarde o temprano, habría de vencer en el conflicto.
Cuando se produjera la derrota del enemigo, el país necesitaría técnicos de todas las ramas y conocedores de las lenguas de otros países con los que, en las nuevas circunstancias, habría que establecer relaciones diplomáticas y culturales.
Para lograr buenos resultados en ese diálogo imprescindible, el dominio de los idiomas implicaba también el acceso a culturas, modos de pensar y mentalidades diferentes.
La estrategia diseñada por Ho Chi Minh se inspiraba en una experiencia de vida, acumulada en años de trabajo y luchas dentro y fuera del país.
El estudio de los fundamentos teóricos se completó con la vivencia de los aciertos y errores que acompañaron el combate revolucionario en el siglo XX.
Los principios generales habrían de adecuarse a los contextos específicos marcados por los llamados factores objetivos y por aquellos otros, impalpables, procedentes de zonas de la subjetividad integrada por tradiciones y mentalidades, vale decir, la dimensión cultural.
En su país, socialismo e independencia nacional andaban aparejados. La guerra irregular empleaba recursos indescifrables para el enemigo, que desconocía y subestimaba las realidades humanas del terreno. Apoyado en la ciencia y en la técnica más avanzadas, desestimaba el legado recibido de la milenaria astucia campesina.
De la coherencia entre el propósito último y los métodos empleados dimanaba confianza en el futuro, afianzada en la preparación sistemática de los especialistas para afrontar la reconstrucción y el desarrollo.
Experiencias de esta naturaleza, que ponen de relieve el vínculo interdisciplinario implícito en todo ejercicio efectivo del arte de la política, deberían tomarse en cuenta para la formación de los analistas que tanto proliferan en la contemporaneidad.
Acomodados a las encuestas de opinión, muchos especialistas en temas internacionales quedaron desconcertados ante el desenlace de las elecciones estadounidenses.
Quizá algún día se revelen las consideraciones de los arquitectos de tan efectiva estrategia electoral que catapultó a un desconocido, un aparente outsider a la primera magistratura de Estados Unidos.
Comenzó por ignorar la maquinaria de su partido y recibió luego el rechazo público de connotadas figuras del aparato tradicional.
Simple seguidora de la actualidad informativa, tengo que formularme muchas preguntas. En el mundo académico se concede mucha importancia al tema del multiculturalismo.
En el caso de un país de emigrantes como Estados Unidos, se insiste en las minorías representadas por los afrodescendientes y por los llamados latinos, cada vez más numerosos, aunque no tan homogéneos como parece a simple vista.
No se insiste tanto en las diferencias territoriales. Llama la atención el comportamiento contrastante de los ciudadanos de las grandes ciudades situadas en ambas costas y la extensa región de tierra adentro.
En las urbes mayores residen sectores más cosmopolitas, se concentran centros de trabajo requeridos de alta calificación, el gran poder financiero. En cambio, las zonas que le dieron la victoria a Trump padecen las consecuencias económicas de la emigración de la gran industria norteamericana hacia países que ofrecen mano de obra barata.
Como consecuencia de estas acciones beneficiosas en lo macroeconómico, se acrecentó el desempleo, bajó el nivel de vida, se deterioró el entorno urbano y se expandieron los espacios marginales. Este aspecto ha sido puesto de relieve en los análisis poselectorales, pero el trasfondo de este fenómeno incluye otros factores.
El extenso territorio central de Estados Unidos, de base agraria, ha sido tradicionalmente un depósito de conservadurismo, situado a contracorriente del rutilante cosmopolitismo de Nueva York y de las principales ciudades californianas.
Pueden encontrarse allí supervivencias de ideas retrógradas de origen remoto. El deterioro económico induce a un rencor confusamente dirigido con un establishment cuya verdadera naturaleza ignoran y reconocen tan solo en expresión simbólica más visible, el Capitolio.
La consiguiente reacción se vuelve contra los políticos, usufructuarios y servidores del sistema. La paradoja dramática consiste en desconocer que el poderosísimo millonario triunfante constituye la encarnación concreta del sistema. Su aparente condición de outsider nace de una habilidosa maniobra de prestidigitación.
Las elecciones norteamericanas añaden señales reveladoras del panorama contemporáneo. Reflejan la doble crisis de las instituciones políticas y de la democracia representativa.
En Europa, los partidos políticos abandonan su plataforma programática para someterse a los dictados de un nuevo orden mundial al amparo de la globalización neoliberal. La corrosión del bienestar, el terrorismo y la emigración descontrolada animan el renacer de una derechización con toques neofascistas.
El conocimiento de los contextos culturales de una nación puede favorecer el impulso transformador revolucionario de una realidad determinada. Opera también en sentido inverso en favor de la manipulación de las conductas, los valores y los proyectos de vida mediante el empleo de técnicas que promueven candidatos o venden marcas de zapatos.
De manera progresiva, en los últimos años las confrontaciones políticas apelan al empleo consciente de los recursos del espectáculo. El debate de ideas es desplazado por la construcción de imágenes. El director de escena diseña el maquillaje, el vestuario y elabora el guion.
Según las circunstancias, el estilo habrá de ser juvenil, tan ágil en los movimientos como un deportista. En otro ámbito, puede convenir el cabello entrecano, propio de la edad madura, asociado al equilibrio y la credibilidad. Muchos destinatarios preferirán la tradicional foto de familia de un matrimonio entrado en años, con sus hijos y nietos.
La reciente campaña estadounidense introdujo elementos innovadores en el manejo del espectáculo. Los ojos de los espectadores tenían que permanecer atrapados por los movimientos del protagonista sobre el escenario. Para lograrlo, se desecharon todas las convenciones.
No se escatimó el uso de un lenguaje impropio en relación con las mujeres y los emigrantes. La imagen así edificada, del gesto anárquico, la abundancia de contradicciones y la vulgaridad en el ataque al contendiente expresaron en el comportamiento cotidiano concreto la transgresión de las normas y la espontaneidad de un discurso simplón dirigido a un espectador específico, decisivo para el resultado final.
El planeta ha entrado en una época de extrema peligrosidad para la preservación del ser pensante, construido a lo largo de un lento y difícil proceso de adquisición de habilidades y de capacidades para la formulación de ideas cada vez más complejas.
Edificamos culturas y somos sus hijos. Hemos afinado la sensibilidad. Nuestro poder de invención puede volverse contra nosotros mismos y reducirnos a seres manipulables. Educación, conciencia y cultura son nuestras mejores murallas defensivas.
*Destacada intelectual cubana
(Tomado del periódico Juventud Rebelde)