Carlos Manuel de Céspedes, luz eterna de los cubanos

بقلم: María Candela
2017-04-18 20:25:29

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Por: Yasel Toledo Garnache

El protagonista de los siguientes párrafos cumpliría 198 años de existencia este 18 de abril, fecha en la cual recibirá canciones, flores y otras muestras de cariño de quienes lo consideran Padre, Iniciador, amigo y luz eterna, junto a otros grandes de la historia nacional.

En la primera plaza denominada de la Revolución en Cuba, ubicada en el Centro Histórico Urbano de Bayamo, Ciudad Monumento Nacional, su figura esbelta y segura, en forma de estatua, parece observar con su serenidad de siempre y la altura de cuando La Demajagua, la Asamblea de Guáimaro…

Las sensaciones son muy singulares en ese sitio, porque ahí fue firmada la capitulación cuando los mambises, guiados por el importante patriota, entraron victoriosos a la ciudad, el 20 de octubre de 1868, para júbilo del pueblo, y a unos metros está la casa natal del niño, el joven y el hombre, amante de los libros y el ajedrez, quien estudió Derecho en España, y volvió lleno de inquietudes políticas.

Muy cerca fueron estrenadas las notas del Himno Nacional y comenzó el incendio de los pobladores a la urbe, en enero de 1869. Uno se sienta en uno de los bancos de la plaza, y piensa por aquí caminaron, en ese lugar cantaron; imagina las llamas consumiendo el lugar, los habitantes hacia el monte, el asombro de los españoles colonialistas…

Carlos Manuel de Céspedes, Primer Presidente de la República en Armas y considerado Padre de la Patria, constituye una de las esencias fundamentales de la nación cubana, iniciador de las gestas independentistas y pensador de proyección internacional.

Su ejemplo gravita de forma especial en Bayamo, tierra donde dio los primeros pasos, jugó, creció, anheló y entró victorioso. Aquí muchas personas lo mencionan con frecuencia y sienten el orgullo enorme de vivir, hacer y contribuir a más avances sociales en una zona desde la cual soñó e impulsó ideas y acciones, junto a otros grandes de la historia nacional.

Todos sabemos de su gran dimensión, su nacimiento en cuna de oro, sus anhelos para una Cuba mejor y de cómo dejó fincas, esclavos, títulos y joyas para irse a la manigua, comer lo que apareciera y luchar por una nación más justa.

El historiador Aldo Daniel Naranjo, presidente de la Unión de Historiadores de Cuba en Granma y uno de los principales estudiosos del sobresaliente líder, dijo a la Agencia Cubana de Noticias que aquel 18 de abril de 1819 significó la llegada al mundo de una luz para el porvenir.

El pequeño, hijo de Jesús María de Céspedes y Luque y Francisca de Borja del Castillo y Ramírez de Aguilar, dama de excelente educación, inteligencia y bondad, poco a poco logró una altura superior a todo lo físico.

Su infancia fue característica de niño rico, con muchas comodidades, le gustaban los ajiacos, las viandas y bañarse en el río, lo cual hizo cuando la familia se trasladó a la hacienda Santa Rosa, propiedad del abuelo materno Francisco del Castillo y Miranda, en el actual municipio de Buey Arriba.

En octubre de 1819 había ocurrido un ataque de corsarios en la zona de Manzanillo y se especulaba sobre la posibilidad de otro y el avance hasta la Villa de San Salvador de Bayamo, la cual adquirió la condición de ciudad en junio de 1837, por eso la familia de Céspedes estuvo algún tiempo en aquel sitio rural.

Según cuentan, en una ocasión cuando Carlos Manuel salió de las clases, en Bayamo, vio como un niño más grande maltrataba a otro, y le dijo “abusa conmigo, ven”; minutos después comenzó la pelea en la cual venció.

Luego, citaron al padre a la escuela y el director lo felicitó por la gallardía, valentía y sentido de la justicia del hijo, quien tuvo cuatro hermanos, y, años más tarde, empezó los estudios del bachillerato en La Habana, los cuales terminó un semestre antes de lo habitual, gracias a su inteligencia elevada, reconocida por los profesores.

Aquel muchacho lleno de virtudes, amante del arte y los bailes, que ganaba con facilidad el agrado de las damas y sabía tocar música de piano, dejó la tranquilidad y los lujos por empuñar las armas e irse a la manigua en busca de un sueño para su país, y esa fue una de sus mejores enseñanzas.

Sinsabores, incomprensiones y discrepancias no pudieron lacerar su integridad de patriota, a favor de una causa enorme y justa, la independencia de todo un país.
  
Después de ser destituido del cargo de Presidente de la República en Armas, él escribió en carta a su esposa, Ana de Quesada: “En cuanto a mi deposición, he hecho lo que debía hacer. Me he inclinado ante el altar de mi Patria en el templo de la ley. Por mí no se derramará sangre en Cuba. Mi conciencia está muy tranquila y espera el fallo de la historia”.
  
Con total humildad, solo y con problemas en la visión, disparando un revolver contra los enemigos, cayó físicamente el 27 de febrero de 1874, pero nos quedan sus ideas y ejemplo, brújulas para no perder jamás el mejor camino, el de la Patria y las esencias. 

(Tomado de ACN)



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