Por: Yuris Nórido/CubaSí
Cuba despide a Armando Hart Dávalos (1930-2017), político revolucionario, educador, intelectual comprometido.
A Armando Hart le bastaría su trabajo de investigación y promoción de la inmensa obra martiana para garantizar un lugar destacado en la cultura cubana. José Martí fue guía e inspiración en el itinerario intelectual de un hombre que consagró buena parte de su existencia al servicio público.
Porque los aportes de Armando Hart al entramado artístico de la nación van mucho más allá de sus ensayos, artículos y publicaciones. Fue un organizador. Fue, de hecho, uno de los dirigentes que más aportaron a la consolidación de la política cultural de la Revolución, esa que trazara Fidel Castro desde sus célebres Palabras a los Intelectuales, en 1961.
Hart reflexionó muchas veces sobre la trascendencia de ese discurso, que ubicaba en el vértice mismo del programa esencial del proceso revolucionario. Sin cultura no se puede hablar de Revolución, de Patria.
Armando Hart era un hombre de cultura, un hombre de la cultura. Su capacidad de diálogo, su comprensión de las dinámicas y la naturaleza misma del acto creativo, su visión integradora, fueron importantes en el proceso de institucionalización de la actividad artística y literaria. Estuvo al frente del Ministerio de Cultura desde su surgimiento en 1976 hasta 1997.
Su impronta como ministro llega a nuestros tiempos. Está en la organización de las instituciones que ahora mismo garantizan el apoyo a todas las manifestaciones del arte, en buena parte del sistema de premios nacionales, en la creación de las casas de cultura, las bibliotecas y los museos municipales… Y también en la rectificación de los errores en la aplicación de la política cultural.
Pero hay que ir unos años antes, a los primeros tiempos de la Revolución. Armando Hart fue uno de los principales artífices de la mayor obra cultural del siglo XX cubano: la Campaña de Alfabetización.
Fue ministro de Educación desde 1959 hasta 1965: tuvo la responsabilidad de organizar el titánico empeño de enseñar a leer y escribir a cientos de miles de cubanos, obra de todo un pueblo bajo la guía de Fidel.
Los últimos años de su vida fueron particularmente productivos. Y estuvieron dedicados, sobre todo, a la promoción del legado y la ética del Héroe Nacional.
Fue designado director de la Oficina del Programa Martiano. Presidió hasta su muerte la Sociedad Cultural José Martí. Sus columnas en periódicos y revistas nacionales abordaron temas de acuciante actualidad desde la perspectiva del ideario del Apóstol. Estaba convencido de la vigencia de ese ideario y de la necesidad de que los jóvenes lo hicieran suyo.
Dirigente estudiantil en su juventud, luchador contra la tiranía de Batista, fundador del Movimiento 26 de Julio, militante comunista… su nombre estará siempre asociado a la historia de la Revolución Cubana. Martiano y fidelista, merecedor del homenaje de sus contemporáneos —en 2010 recibió la Orden José Martí, la más alta condecoración de la República de Cuba—, puso siempre por delante el deber. Sirvió a la nación desde y para la cultura.