Por Eduardeo Febbro (desde París)
Donald Trump sopló sobre una hoguera en llamas y avanzó más en la destrucción del sistema internacional. Comenzó rompiendo el pacto sobre el clima, luego desmanteló el acuerdo con Irán, más tarde desmontó el acercamiento con Cuba iniciado por su predecesor, Barack Obama, después, en el más absoluto secreto, salió del acuerdo migratorio mundial y ahora completa el cuadro reconociendo a Jerusalén como capital de Israel.
El inepto presidente sembró un montón de bombas de tiempo que ya empezaron a estallar en el plano diplomático. El presidente francés, Emmanuel Macron, ya había intentado convencer a Trump de que aplazara la medida durante una conversación telefónica. “Peine Perdue” como se dice en francés (penas inútiles). Si para el presidente norteamericano se trata del “reconocimiento de una realidad histórica”, Macron consideró que es “una decisión lamentable, que Francia no aprueba y que va en contra del derecho internacional y de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas”.
Según expresó el jefe del Estado francés, “el estatuto de Jerusalén es un tema de seguridad internacional que concierne a la comunidad internacional. El estatuto de Jerusalén deberá ser determinado por los israelíes y los palestinos en el marco de las negociaciones bajo la égida de las Naciones Unidas”.
No habría suficientes palabras en el diccionario para abarcar todos los adjetivos que caen hoy sobre Donald Trump.
Turquía juzgó como “irresponsable” el gesto de un mandatario que enreda aún más un rompecabezas que lleva décadas sin resolverse. Por ello, la comunidad internacional había instalado sus embajadas en Tel Aviv. El disparate trumpista retoma la durmiente iniciativa votada en 1995 por el Congreso norteamericano cuando una mayoría optó por el desplazamiento de la embajada a Jerusalén. Esa materialización quedó en veremos durante todo estos años. De Bill Clinton hasta Barack Obama, cada mandatario norteamericano empujó el plazo hacia adelante y el voto de 1995 quedó neutralizado cada año.
Donald Trump lo despertó y con ello destruye el consenso mundial al tiempo que derrama un poco más de injusticia sobre la ya muy debilitada Autoridad Palestina presidida por Mahmud Abbas, un poco más de oprobio sobre los palestinos que creyeron en un proceso de paz (el de Oslo) que los dejó más despojados que antes y acentúa el unilateralismo de la primera potencia mundial cuyos rumbos con Trump en el timón consistieron en taparse los oídos ante la Unión Europea y los países musulmanes.
El capricho y el analfabetismo es la hoja de ruta de la diplomacia norteamericana y en parte de la rusa, con quien Washington parece haberse asociado en esta siembra de confusiones y despropósitos. El pasado mes de abril, la cancillería rusa emitió un confuso mensaje donde manifestaba su “apego a las decisiones de la ONU en torno al principio de solución, incluido el estatuto de Jerusalén Este como futura capital del Estado palestino. Al mismo tiempo, subrayamos que, en este contexto, consideramos a Jerusalén Oeste como la capital del Estado israelí”.
En turnos distintos, las dos potencias mundiales acabaron reconociendo, cada una a su manera, a Jerusalén Oeste como capital de Israel. Palestina continúa pagando la barbarie humana y moral cometida por Alemania durante la Segunda Guerra mundial sin haber tenido nada que ver con ella.
Los europeos ven en este despropósito diplomático una provocación gratuita, pero están, por ahora, al margen de todo. La posición de Washington y Moscú y sus propias tibiezas diplomáticas no permiten augurar que lleguen a tener a corto plazo un peso mediador. Entre lo que la Unión Europea dice oficialmente y lo que sus miembros comunican a puertas cerradas hay un abismo.
Por ejemplo, prueba de su inoperancia es el comunicado de Federica Mogherini, la jefe de la diplomacia europea. A través de ella la UE expresó sus “seria preocupación” ante el paso de Trump y se ofreció como siempre a “comprometerse en un proceso de negociaciones”. Nada. Retórica blanda y hueca. Hasta el momento, 8 países, de los cuales cuatro europeos (Francia, Italia, Suecia y Gran Bretaña), dos latinoamericanos (Bolivia y Uruguay) más Egipto y Senegal pidieron a la presidencia japonesa del Consejo de Seguridad de la ONU la “organización de una reunión urgente del Consejo para tratar la crisis desatada por Estados Unidos”.
Seguramente, poco saldrá de esta reunión. Dos de los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad favorables a que Jerusalén sea la capital de Israel tienen derecho de veto: Rusia y Estados Unidos.
Con los días irá trascendiendo tal vez lo que Donald Trump dijo a sus interlocutores cuando les adelantó lo que oficializó ayer. Lo cierto es que Medio Oriente vuelve a estar en el ojo de un ciclón soplado por las potencias mundiales: la crisis de los refugiados provocada por el irresponsable ex presidente francés Nicolas Sarkozy cuando descuajó con el respaldo de la ONU (2011) al coronel Khadafi en Libia, la guerra en Siria, alimentada por las potencias regionales (Irán, Arabia Saudita), Occidente y Rusia, los estragos que provoca el Estado Islámico desde que Estados Unidos creó las condiciones de su surgimiento con la segunda invasión de Irak (2003), el estado de guerra permanente en el territorio palestino de Gaza y la colonización judía galopante en Cisjordania en contra de todas las leyes internacionales: y, como si ello fuera poco, la reactualización de la confrontación entre chiítas y sunnitas, o sea, Irán y Arabia Saudita, a través del “nuevo pacto” entre Washington y Riad unidos en su guerra contra Teherán.
Allí queda reflejada con un telón de fondos de miles de muertos y víctimas civiles la incorregible irresponsabilidad de las grandes potencias del mundo cómplices del hundimiento de toda una región en una de las mayores catástrofes colectivas de la historia.
(Tomado de Página 12)