Por: Martha Gómez Ferrals/ACN
Julio Antonio Mella cayó abatido en las calles de Ciudad de México por sicarios al servicio del dictador cubano Gerardo Machado, en la noche del 10 de enero de 1929.
Tenía 25 años de edad aquel formidable combatiente revolucionario, comunista y antimperialista, y desde entonces su célebre frase pronunciada en la agonía: “¡Muero por la Revolución!”, resuena en la historia e inspira a muchos como él.
Mella había tenido una vida intensa y hasta en cierto modo vertiginosa. La dedicaba ya a la acción, el combate y el pensamiento revolucionarios antes de vivir en el exilio obligado por la persecución y las amenazas de Machado, entonces presidente de Cuba, corrupto, y entreguista ante designios imperiales.
Quien fuera llamado por el también combatiente y poeta Rubén Martínez Villena: “asno con garras”, era un furibundo anticomunista y no se detenía ante nada, desatando una ola de crímenes horrendos para apagar cualquier indicio de reclamos por justicia social. Y el líder estudiantil comunista Julio Antonio Mella era más que una piedra atravesada en su zapato.
Mella se radicó en Ciudad de México desde 1926 y continuó fiel a su ideario. Más adelante integró las filas del Partido Comunista de ese país, del cual llegó ser a miembro de su Buró Político, y se vinculó a una organización revolucionaria venezolana que también pretendía abatir la dictadura en su nación.
Desde tierra azteca era un activo militante de la Internacional Comunista continental e incluso viajó a Rusia y a Bruselas para acercarse a movimientos políticos similares, de enfoques divergentes, polémicos e incluso controvertidos.
Fundador en 1924 de la sección cubana de la Liga Antimperialista de las Américas, luego integró la mexicana, trabajaba igualmente, como periodista, en la difusión de las ideas marxistas y era un promotor de la Reforma Universitaria en América Latina. Un dirigente que rebasó con creces los límites nacionales.
En medio de esa vorágine de activismo revolucionario, donde enfrentó incomprensiones y acusaciones infundadas de parte de elementos que minaban las filas de los comunistas, el joven nunca perdió su honestidad, verticalismo y mantuvo la directriz en sus planes fundamentales de derrocar la dictadura de Gerardo Machado, en su querida Cuba.
En cuanto pudo, en 1928 se dedicó a organizar una expedición armada contra el tirano, para la cual consiguió un alijo de armas, la que debía partir de esa nación hermana.
Pero por desgracia, soplones que fingían ser oponentes del dictador filtraron la información. Machado encargó ejecutar el crimen y con ese fin el asesino viajó a México, a fines de ese año.
El incansable estratega que era en Ciudad de México, fraguó su trayectoria política, como ya dijimos, en las luchas de Cuba.
Mella nació en La Habana el 25 de marzo de 1903, y era hijo ilegítimo del sastre dominicano Nicanor Mella y la irlandesa Cecilia Mc Partland y Diez. De acuerdo con las leyes de entonces fue inscrito con el nombre de Nicanor McPartland y Diez. Pero la figura paterna le brindó protección en la vida, aseguran.
Cuando muy joven cursaba Derecho, Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, Mella creó la revista Alma Mater, de la cual fue su administrador y uno de sus principales redactores. También encontraba tiempo para la práctica asidua y entusiasta de deportes, lo que acentuaba su figura atlética y hermoso porte.
A fines de 1922 fundó la Federación Estudiantil Universitaria, la emblemática FEU, que se convirtió en un instrumento de lucha contra la corrupción en los claustros, por la reforma en esa enseñanza y la expansión de los vínculos de la Institución con la sociedad y otras organizaciones en auge.
En 1923 auspició el primer Congreso Nacional de Estudiantes y allí fue uno de los principales autores de sus bases mediante un manifiesto que proclamaba la creación de la Universidad Popular José Martí, que abrió las aulas de la educación superior de manera gratuita a los sectores más desprotegidos de la sociedad: trabajadores y personas muy humildes. Los maestros eran estudiantes de la propia institución.
Dos años después participó, junto al luchador independentista Carlos Baliño, en la fundación del primer Partido Comunista de Cuba. Tanto en Cuba, como más tarde en el exilio, Mella era un marxista convencido de que podría cumplirse un proyecto de justicia social solo si antes no se producía la emancipación nacional, la independencia a los dictados externos. En ello difería con la mayoría de sus compañeros.
En ese mismo año fue encarcelado y protagonizó una huelga de hambre que conmocionó a la nación contra los desmanes del tirano. En 1926 fue expulsado de la Universidad. El acoso aumentó y su vida no valía dos centavos en su Patria. Debió partir.
Ya exiliado en México también creó en 1928 la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC). Era su principal instrumento para cumplir su objetivo soñado: liberar a Cuba del estatus neocolonial, erradicar la vergonzosa Enmienda Platt impuesta por Estados Unidos y cumplir realmente la obra de las revoluciones, como dijera Villena.
El crimen segó su joven vida. Pero aun así, Julio Antonio fue considerado un precursor de la oleada revolucionaria que derribó al tirano en 1933, y un brillante seguidor de la herencia martiana en cuanto a pensamiento preclaro, lúcido y de avanzada, en su sacrificio y entrega. Como el Apóstol, veía profundo y lejos.
Sigue vivo hoy, está entre los cubanos y no en sus cenizas, que se honran con celo frente a la Universidad de La Habana.