Por Julio César Sánchez Guerra
Su nombre completo: Celia Esther de los Desamparados… No le gustaba que la llamaran así, pero nunca hubo nombre mejor puesto.
Huérfana de madre desde los seis años, ni la muerte pudo apagarle el valor de enfrentar los temores propios de la niñez. En Alegría de Macaca, cerca de Media Luna, aprende a sentir la belleza del campo, monta a caballo y se enamora del río.
No es posible hablar de Celia Sánchez Manduley, nacida el 9 de mayo de 1920, sin mencionar a su padre Manuel, hombre que le enseña La Edad de Oro y los Versos Sencillos. Con su papá se va un día a subir el Turquino y a llevar el busto de Martí; la idea fue de la maestra pinareña Emérita Segredo, pero Celia estaba allí.
No usa esa vez el uniforme verde olivo… luego sería la primera mujer en volver a la altísima montaña así vestida y acompañando a la guerrilla de Fidel. Pero eso sería más tarde, todavía armaba las fibras de su heroísmo.
Cuando realizaba los estudios de bachiller en Manzanillo, un día el maestro le dijo que no entendía la letra, que le leyera el examen, Celia se negó diciendo que el maestro no sabía leer o ella no sabía escribir.
A pesar de las súplicas de su tío Miguel, y las de toda la familia, nunca más fue a la escuela… Ya se formaba el carácter fuerte de una mujer que nunca tuvo miedo, ni a los zeppelines que pasaban por el pueblo ni a las decisiones que tomaba aunque le costaran.
En 1940 la familia se traslada al pacífico barrio de Pilón, en el sur de Oriente; su padre había sido designado como médico del lugar. Celia amaba mucho las flores, los crotos y los mantos. En la casa de Pilón tenía una mata de mango y sufrió mucho cuando vio que alguien le había cortado unas ramas al árbol…
Todavía los viejos de aquel pueblo recuerdan el día en que a Celia se le escapó una monita que se encaramó en lo más alto de una palma… «¿Pero vas a subir con esos pinchos de tus botas de electricista?... Tú no sabes que me vas a lastimar la palma, mijo… ¿que no hay otra forma de coger a la mona?...».
Y al no haber otro modo, ella aceptó con cierto dolor: «Está bien, sube, pero no lastimes mucho la palma». Si así amaba a la naturaleza, cuánto no amaría a los seres humanos.
El 26 de julio de 1953, día del Asalto al Cuartel Moncada, las noticias corrían confusas…. Pero poco a poco se supo la verdad… un grupo de jóvenes se había levantado contra la dictadura de Batista, a partir de ese día el nombre de Fidel se mencionaría con mucha frecuencia en casa de Celia.
Supo del juicio del Moncada a través de La Historia me Absolverá, documento que circularía de manera clandestina y que ella pudo leer. Se mantuvo al tanto de los prisioneros que estaban en Isla de Pinos. El deseo de pelear por Cuba se adueñaba de sus mejores sueños.
La mujer que ya rebasaba los 30 años, se vincula a las filas del Movimiento 26 de Julio… Su valentía y audacia le fueron dando un lugar en la lucha hasta convertirse en la indispensable combatiente que capta a muchos campesinos que apoyarían a Fidel y sus compañeros.
Después del desembarco del Granma, por la zona de los Cayuelos, cerca de Las Coloradas, Celia viviría en la clandestinidad; es capturada y escapa atravesando un marabusal; días después le sacaron de la cabeza 13 espinas…
Sin tiempo para reponerse, se viste de embarazada y parte a Santiago de Cuba, desde allí recibió la noticia de que Fidel había sobrevivido y ya estaba en casa de Mongo Pérez. Se escondió en Manzanillo, en más de 25 casas, siempre logró escapar ante la persecución sanguinaria de los testaferros de Batista, el asesino Caridad Fernández la buscaba con furia…
Entre los nombres de guerra utilizó el de Ali y el de Norma, con el que se le conoció mejor. Cada día su vida peligraba más, entonces sería más útil en las montañas.
En febrero de 1957 sube a la Sierra Maestra, en abril está en el Pico Turquino, allí Fidel supo que Celia estuvo el día en que un grupo de martianos llevó el busto de Martí hasta la montaña más alta de Cuba en mayo de 1953. El 28 de mayo de 1957 participa en el combate del Uvero peleando con su fusil m-1, muy cerca de donde cae el valeroso Julito Díaz.
Ya sabemos que no es posible escribir la historia de lucha en la Sierra Maestra, ni la historia de Fidel sin mencionar el nombre de Celia.
No solo se convirtió en la mujer que combate sino en la madrina de todos los combatientes, la que estaba al tanto de los detalles, la que conservaba los documentos, la que seguía de cerca las orientaciones de Fidel, la que no se cansaba a pesar de su cuerpo frágil y sus 37 años…
A ella, la que llenó de mantos y de belleza el rústico puesto de la Comandancia de la Plata; Celia, la que hizo más valientes y más tiernos a los hombres que pelearon junto a ella, nunca le gustó el protagonismo de la primera plana, prefería la humildad de los que están detrás de la obra; sentía el mismo espíritu de Martí, sabía que toda la fama del mundo cabe en un grano de maíz…
No tuvo un minuto de descanso, vivió para la Revolución, ayudó personalmente a los hijos de muchos campesinos y obreros, y se convirtió para siempre en la flor más autóctona de la Revolución, como le llamó Armando Hart en las palabras de despedida de su duelo, luego de que falleciera el 11 de enero de 1980.
Nunca la conocí, no pude darle un beso, un abrazo de agradecimiento. Nací en su pueblo de Pilón, vi la palma de esta historia, la mata de mango y el algarrobo donde armó una casita entre las ramas, hablé con tantos que la conocieron…
Y siento mucho orgullo de esta mujer. Soy parte de esos niños que ayudó, ella cambió mis 12 años y el trabajo de ayudante de tornería en el Central Luis Enrique Carracedo, por la escuela secundaria Pablo de la Torriente Brau en la beca de Miramar.
No pude darle un abrazo, pero desde el silencio de los años, ella es la Celia que me hizo mejor, la mismitica de siempre, sensible ante el dolor de los demás, una mujer a la que no pudieron darle un un nombre más bien puesto: Celia Esther de los Desamparados.
(Tomado del periódico Granma)