Cerca de La Habana, autobuses amarillos trasladan estudiantes estadounidenses hacia la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM). Usando batas blancas de manga corta y estetoscopios, van de puerta en puerta, haciendo rondas, a menudo hablando en español a sus pacientes. “Incluso las personas cuyas casas no visitaba a veces me pedían que les tomara la presión arterial, porque simplemente me veían en la calle”, me dijo Nimeka Phillip, una estadounidense que se graduó de la escuela en 2015.
La ELAM fue inaugurada por el gobierno cubano en 1999, luego de una serie de desastres naturales, incluido el huracán Mitch, que dejó a las poblaciones vulnerables de América Latina y el Caribe en extrema necesidad de atención médica. Cada año cientos de trabajadores de la salud cubanos viajan a zonas afectadas por desastres naturales para tratar a los heridos y enfermos. Todos los estudiantes que asisten a la E.L.A.M. son extranjeros. Muchos provienen de Asia, África y los Estados Unidos. La misión de la escuela es incluir a estudiantes de comunidades marginadas y de bajos ingresos, a quienes se les anima a regresar, después de graduarse, para practicar medicina en comunidades necesitadas.
En los Estados Unidos, los estudiantes negros y latinos representan apenas el seis por ciento de los graduados de medicina cada año. Por el contrario, casi la mitad de los graduados estadounidenses de la E.L.A.M. son negros, y un tercio son latinos. “Nunca verías esos números” en los EE.UU., dice Melissa Barber, otra estadounidense de la E.L.A.M.
Barber es coordinadora del programa de la Fundación Interreligiosa para la Organización Comunitaria, en Harlem, que recluta estudiantes estadounidenses para la E.L.A.M. Los solicitantes con antecedentes científicos de nivel universitario pasan un proceso de entrevista con la organización. Aquellos que pasan el corte son recomendados a la E.L.A.M. La escuela aceptó sus primeros solicitantes estadounidenses en 2001, un año después de que una delegación del Congressional Black Caucus, liderada por Bennie Thompson y Barbara Lee, viajara a Cuba y sostuviera conversaciones con el Ministerio de Educación sobre los obstáculos financieros que enfrentan los estudiantes de las llamadas minorías para matricular en las facultades de medicina estadounidenses. Fidel Castro Ruz decidió que los estadounidenses, como los haitianos y los estudiantes de países pobres de África, asistieran a la ELAM de forma gratuita con el compromiso de luego ayudar en sus naciones a los necesitados.
Desde 1987 a la actualidad, apenas el seis por ciento de los estudiantes de medicina en los EE.UU. provienen de familias con ingresos bajos. El costo de la carrera de Medicina se ha disparado; la deuda estudiantil promedio de 2016 fue de 190 mil dólares. Nimeka Phillip laboró en múltiples trabajos y sacó préstamos para intentar pagar sus títulos de licenciatura en Salud Pública y Biología en la Universidad de California, Berkeley. Esperaba estudiar “enfermedades relacionadas con el estrés y la pobreza”, me dijo, pero el costo de la matrícula, junto a la presión que supondría ser una de las pocas estudiantes negras en su aula, la desanimó a solicitarla. .
Después de graduarse, se encontró con un listado en línea para un evento en San José (California), mientras investiga alternativas a la escuela de medicina. En el evento, hubo un grupo de graduados de la E.L.A.M. que contaron ss testimonios, pero ella recuerda sentirse conmovida en particular por la historia de Luther Castillo. Después de graduarse de la E.L.A.M., Castillo regresó a su aldea afroindígena, en Honduras, y construyó el primer hospital gratuito administrado por la comunidad de la zona. Phillip quedó impresionada por su historia y por la filosofía de la Escuela cubana de ofrecer una educación gratuita para los estudiantes que se comprometan a ejercer la medicina en áreas de bajos recursos y médicamente desatendidas. Después de solicitar y ser aceptada, se preparó para su estancia de seis años en Cuba.
La tasa de mortalidad infantil en Cuba es más baja que en los Estados Unidos y la esperanza de vida en ambos países es similar, a pesar de que el país norteamericano es una potencia económica y sus ciudadanos tienen los gastos de atención de salud más altos del mundo. Cuba ha logrado esto a pesar del bloqueo impuesto por los Estados Unidos. Fidel impulsó una política centrada en la atención preventiva basada en la detección temparana.
La gran mayoría de los estudiantes de medicina de Cuba ocupan puestos en los consultorios médicos. En los Estados Unidos, cada vez más graduados eligen especialidades (cardiología, radiología, urología) sobre la clínica de atención primaria, para cobrar sueldos más altos. El alto precio de la educación ha exacerbado la escasez de médicos en las zonas rurales del país. Hoy, 74 millones de estadounidenses viven en áreas donde solo hay un médico de atención primaria por cada tres mil personas. Para el año 2030, de acuerdo con un estudio encargado por la Asociación de Colegios Médicos Estadounidenses, los Estados Unidos tendrán 40 mil médicos menos que en la actualidad.
Los programas Medicare y Medicaid respaldan entrenamientos para médicos residentes y el National Health Service Corps (NHSC) otorga subvenciones y préstamos a estudiantes de medicina a cambio de servicios en regiones más necesitadas. Pero, en 2016, solo 213 estudiantes recibieron una beca del N.H.S.C. De acuerdo con la congresista Karen Bass, de California, defensora de la E.L.A.M., el financiamiento es el problema principal, particularmente bajo la actual administración presidencial. El presupuesto de Donald Trump para el año fiscal 2019 reducirá los fondos para la educación médica de postgrado en 48 mil millones de dólares. Es “vergonzoso”, dijo Bass. “Cuba educa a nuestros estudiantes de forma gratuita”, agregó.
La E.L.A.M. le ofreció a Nimeka Phillip la oportunidad de estudiar medicina sin incurrir en deudas catastróficas, como le hubiese ocurrido en su propio país. Aunque la escuela carecía de comodidades: los estudiantes dormían en literas; el agua caliente no era constante; había poco acceso a Internet, a Phillip le gustaba. Con ayuda de familiares, amigos y una organización llamada Cooperación Educativa Médica con Cuba, que asiste a estudiantes estadounidenses en la Mayor de las Antillas para prepararse en vista de su regreso con becas, tutoría para exámenes y conexiones a redes médicas estadounidenses, retornó a casa cada verano y adquirió experiencia en hospitales de Minneapolis, Oakland y Washington DC.
En marzo de 2014, Phillip aprobó el examen de licencia médica de EEUU, cuando aún le restaba un año para terminar sus estudios en Cuba. En 2016, fue aceptada en un programa de residencia en medicina familiar en un hospital en Hendersonville, Carolina del Norte. “Una cosa es reclutar personas con altas habilidades”, me dijo Bryan Hodge, el director del programa Hendersonville. “Más singular es cuando encuentras personas que realmente tienen la pasión y el corazón para cuidar a las poblaciones de pacientes desatendidos. Estas son las personas que se necesitan para cerrar la brecha de las disparidades de salud”. Como dice Peter McConarty, un veterano médico que asesora a los alumnos de la E.L.A.M: “un estudiante de medicina en Cuba sabe que es un trabajador de la salud pública y la justicia social. En los Estados Unidos, es difícil encontrar alguno que piense así”.
Nimeka Phillip explica que su mayor desafío desde que se convirtió en doctora en los EE.UU. ha sido la lectura de tomografías y resonancias magnéticas, que se usan con moderación en Cuba porque no se cobran, y que ha tenido que adaptarse a pasar menos tiempo atendiendo a los pacientes. Al igual que muchos doctores negros, ha experimentado momentos de prejuicio, desde pacientes que se refieren a ella como “niña” hasta un incidente con un joven vestido con una camiseta de la bandera confederada. El español que aprendió en Cuba le es muy útil porque el hospital tiene clínicas regulares para los trabajadores agrícolas emigrantes.
(Tomado de The New Yorker/ Traducción de Cubadebate)