Menocal y José Miguel

بقلم: Lorena Viñas Rodríguez
2019-06-15 08:22:35

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Foto: Cubadebate.

Por: Ciro Bianchi Ross

La Habana, 15 jun (RHC) En los comicios generales del primero de noviembre de 1916, el mayor general Mario García Menocal y Deop, a la sazón presidente de la República, volvió a aspirar a ese cargo a fin de mantenerse durante otros cuatro años en el poder, y sufrió una derrota humillante frente al licenciado Alfredo Zayas, candidato del Partido Liberal.

“Los liberales no ganaron más provincias porque no las hay”, reconoció Aurelio Hevia, ministro de Gobernación, y sus palabras provocaron consternación en el Palacio Presidencial y entre las huestes conservadoras.

De nada habían valido a Menocal los recursos del poder ni el dinero ni las sinecuras que repartió a diestra y siniestra. Estuvo a punto de reconocer gallardamente el triunfo de su adversario, pero la camarilla áulica, aquellos que componían su escuadra política, tenían una opinión bien distinta.

A fin de torcer la voluntad popular, la fuerza pública ocupó entonces los colegios electorales y las oficinas de telégrafo, suplantó boletas, alteró los cómputos y envió reportes a la Junta Central Electoral que tergiversaban los resultados reales, mientras que el gobierno desplegaba una feroz campaña propagandística y los liberales adoptaban como himno de guerra la pegajosa melodía de La Chambelona e introducían en su letra pareados agresivos y aun insultantes para Menocal.

Con todo, no pudo Menocal convertir su derrota en victoria, y el Tribunal Supremo, lejos de validar el fraude electoral, reconoció el triunfo de la oposición, aunque lo condicionó a la celebración de elecciones complementarias en algunas zonas de las provincias de Oriente y Las Villas.

Menocal no parecía dispuesto a soltar la Presidencia y poco podían esperar los liberales de aquellos comicios complementarios. Fue así que, acaudillados por el expresidente José Miguel Gómez, decidieron alzarse en armas contra el gobierno en una insurrección que pasó a la historia como la revolución de La Chambelona.

Los partidarios de los liberales eran numerosos en Las Villas y en Camagüey, contaban con no pocas simpatías en el seno de las fuerzas armadas y el éxito pareció sonreírles en los primeros momentos, pero pronto el viento comenzó a soplarles en contra.

El gobierno norteamericano, al que los liberales acudieron en busca de respaldo –entiéndase, intervención militar- declaró que no apoyaría ninguna insurrección ni reconocería al gobierno que pudiera salir de ella, en tanto que enviaba a Cuba cuatro barcos de guerra que garantizarían la vida y las propiedades de los ciudadanos norteamericanos residentes en la Isla y respaldarían a Menocal.

Un oscuro teniente, por iniciativa propia, dio candela al puente de Jatibonico y cortó a José Miguel su recorrido triunfal hacia Las Villas. Hasta entonces el avance del expresidente, al frente de sus tropas, había sido prácticamente un paseo y se afirma incluso que José Miguel llegó a bailar La Chambelona en el parque de Majagua. La insurrección fue languideciendo. En Santiago, el jefe de un barco de guerra norteamericano obligó a los rebeldes a salir de la ciudad. En Camagüey era asesinado el general mambí Gustavo Caballero. Los hermanos Carlos y Gerardo Machado se entregaban en Santa Clara y a Alfredo Zayas lo arrestaban en Cambute, cerca de Guanabacoa, donde, se decía, había permanecido “agachado”, es decir, sin combatir. Así las cosas, el 8 de marzo de 1917, José Miguel Gómez era apresado en Caicaje junto con su hijo Miguel Mariano y toda la escolta. Se dispuso entonces que el expresidente fuera trasladado a La Habana, donde sería internado en el Castillo del Príncipe.

Desbordada por la alegría, ensoberbecida por la victoria, la camarilla áulica no se contentaba con la prisión de José Miguel. Quería además humillarlo. Y a Palacio se fueron Arturo Renté, Lorenzo Llodrá y José Polanco, entre otros de la escuadra política, para, en busca de aprobación, comunicar sus planes a Menocal. Como el caudillo liberal arribaría a La Habana por la Estación Central de Ferrocarriles, nada les parecía mejor que pasearlo a pie y esposado Prado arriba y Prado abajo antes de meterlo en la cárcel.

Menocal escuchó la propuesta. Guardó silencio durante unos minutos, se quitó las gafas y, mientras limpiaba los cristales con un pequeño lienzo, dijo:

—Ustedes olvidan que ese hombre que viene preso es un general de la Independencia. Ustedes olvidan que ese hombre que viene preso es un mambí que se cubrió de gloria en el combate. Ustedes olvidan que ese hombre que viene preso fue mi amigo y mi compañero en la guerra. Ustedes se olvidan que ese hombre que viene preso tiene su casa en el Paseo del Prado y que allí está su esposa América, que es una cubana que probó su valor en la manigua y digna del mayor respeto, y yo no pueda permitir, bajo ninguna circunstancia, que presencie un espectáculo como ese. Ustedes olvidan…

Menocal se acomodó las gafas, guardó el pequeño lienzo en el bolsillo derecho de la chaqueta e interrumpió su discurso porque ya los miembros de su escuadra política, en fila india y en puntillitas, trataban de escurrirse del despacho presidencial. (Fuente: Cubadebate)

Foto: Cubadebate.

 



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