Por Graziella Pogolotti*
La globalización neoliberal tiene apellido. Se difunde a través de un cuerpo doctrinario elaborado íntegra y coherentemente por los tanques pensantes del capitalismo.
Para sostener la preponderancia del mercado por encima de los principios reguladores del Estado, asocian a la modernidad un conjunto de concepciones que invaden todos los territorios de la sociedad.
Incluyen las reformas educacionales, propagan verdades absolutas a través de la academia, anulan y fragmentan el conocimiento de la historia y socavan el papel de la política, conformado de modo parcial por el rápido tránsito de la democracia burguesa.
El dominio de los medios de comunicación, mediante la propagación de la mentira, sustituye el papel otrora desempeñado por los programas de los partidos políticos tradicionales.
La conducta aparentemente excéntrica del presidente de Estados Unidos responde a este modelo. En un tiroteo constante, se entretiene a la opinión pública con la multiplicación de focos de tensión y de áreas de conflicto que amenazan, como espada de Damocles, con una guerra inminente.
La realidad de los intereses del gran capital transnacionalizado se enmascara tras un espectáculo en el que el suceso de hoy borra el acontecimiento de ayer.
La manipulación de la opinión pública se dirige al descrédito de la política en una circunstancia en que el drama de «los condenados de la Tierra» se multiplica y el neocolonialismo adopta nuevas fórmulas.
Para consumo de los países que cargan con la herencia del subdesarrollo, se establece la idea de que la globalización nos hace ciudadanos de un mundo donde la reivindicación de la identidad no ha lugar.
Mientras tanto, la consigna de America first convoca a los sectores más retrasados de la sociedad norteamericana, con fuerte componente xenófobo, racista, misógino y homófobo.
En el trasfondo de ese pensamiento hay un renacer acelerado de un fascismo que creíamos liquidado con el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Lamentablemente, Europa, que padeció en carne propia los horrores de aquel conflicto, que vivió holocaustos de diversa naturaleza y conoció cámaras de gas en los campos de concentración, atraviesa similar crisis de las ideologías.
En ambos lados del Atlántico se levantan muros contra la emigración. El Mediterráneo se ha convertido en un cementerio marino. Por otra parte, se quebrantan los lazos que hubieran podido reafirmar a la Unión Europea como voz alternativa en un diálogo multilateral.
El eco caricaturesco de esta doctrina se produce en Brasil, donde el Presidente reivindica la dictadura militar, donde se predica el ejemplo de Pinochet, todo ello absolutamente innombrable hace pocos años.
El antecedente inmediato es un golpe de Estado parlamentario y la politización de la justicia, así como el empleo de fundamentalismos religiosos en la manipulación primaria de las conciencias.
Las declaraciones públicas y las acciones inmediatas se vuelven contra la educación y la cultura, a la vez que entregan los recursos nacionales al mejor postor y autorizan la expansión del agronegocio en la Amazonía.
Los peligros que se ciernen con esta ofensiva incluyen la instauración y naturalización de ideas fascistas, la supresión de conquistas populares resultantes de años de batallar y la amenaza a la supervivencia de la especie en el planeta con la aceleración del cambio climático, a partir de la ruptura de los compromisos reguladores de la contaminación, internacionalmente aceptados.
Para contrarrestar esta ofensiva se impone una rearticulación del pensamiento de izquierda con la relectura de sus fuentes primigenias, el análisis crítico de las experiencias socialistas y reformistas y el rescate de una tradición latinoamericana del pensar.
‘El respeto al derecho ajeno es la paz’, había dicho el Benemérito de las Américas, Benito Juárez, aquel indio de Oaxaca que aprendió el español por esfuerzo propio, creció en un hacer y un saber en un país que había sufrido la extirpación de gran parte de su territorio por el imperio en expansión y la imposición del emperador Maximiliano de Austria.
México está atrapado entre el chantaje arancelario que amenaza sus exportaciones y el compromiso de afrontar, por ambas fronteras, la del norte y la del sur, la invasión incontenible de los emigrantes.
La solución planteada por el presidente López Obrador, dirigida a paliar la presión migratoria mediante políticas de estímulo al desarrollo, ha caído en el vacío.
Son problemas de fondo que amenazan el destino de todos, enmascarados por la política convertida en espectáculo, con su consecuente descrédito. Bajo la influencia de esos vaivenes, los pueblos votan contra sus intereses esenciales, aunque tardíamente tomen conciencia del error cometido.
Nuestra América es portadora de un pensamiento emancipador, arraigado en el conocimiento de los males de la Tierra y en la valoración del dramático legado colonial.
Las ideas que animaron la Revolución cubana se inscriben, a la luz de la contemporaneidad, en esa tradición, con su centro de gravitación en la búsqueda de la plenitud humana.
Insisto en que la relectura productiva de ese saber acumulado debe traducirse en la rearticulación coherente de una plataforma de izquierda.
Desde esa perspectiva, es indispensable refundar un pensamiento pedagógico con el propósito de entrenar a las generaciones que están naciendo para que descifren la realidad que los rodea y descubran la verdad tras los fuegos artificiales de lo ilusorio.
Abandonar los caminos trillados y las fórmulas probadas por la rutina constituye un desafío gigantesco.
Pero los grandes desafíos han condicionado el crecimiento de la especie y, en el plano individual, han cargado de sentido el vivir cotidiano.
*Destacada Intelectual cubana
(Tomado del periódico Juventud Rebelde)