Por Martha Gómez Ferrals
La Caravana de la Libertad casi recorrió enteramente el país, desde la indómita Santiago de Cuba hasta La Habana, adonde llegó triunfal el 8 de enero de 1959, encabezada por el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde, Fidel Castro Ruz, líder indiscutible de la Revolución cuyo triunfo se proclamó pocos días antes, en la capital oriental.
Más de mil kilómetros habían transitado de manera entusiasta y abnegada los integrantes de aquel increíble contingente de humildes soldados y patriotas, que luego de las victorias militares aplastantes sobre el ejército del tirano y el avance revolucionario por toda la nación, venían insuflando la fuerza moral y la alegría de la verdadera liberación, la certeza, como dijera Fidel en Santiago, de que esta sí era al fin y para siempre la Revolución.
Una descripción somera de la ruta de la Caravana por La Habana, entre cuyos integrantes había unos tres mil guajiros fogueados en los combates del ejército guerrillero, ubica la entrada de Fidel a la urbe por la popular barriada del Cotorro.
Allí se encontró con el Comandante Juan Almeida y siguieron avanzando hasta la conocida Virgen del Camino, donde se les unió Camilo Cienfuegos, quien al igual que el Che Guevara había adelantado su entrada a La Habana, por órdenes de Fidel, tras la exitosa campaña de Oriente a Occidente, desplegada por ambos en el segundo semestre de 1958.
Los habitantes de la capital mostraban su entusiasmo por la llegada de los rebeldes tan enardecidos y felices como el resto de los habitantes del país por donde había pernoctado la Caravana, tomando de paso algunas guarniciones que quedaban bajo control de los odiados casquitos batistianos y liberando algunos pueblos y ciudades.
Se puede decir que Cuba bailaba y reía en las calles y se lloraba de profunda emoción recordando a los héroes ausentes y en agradecimiento. El sentimiento era profundo y exultante como jamás se viera.
Fidel no pudo evitar subir momentáneamente al yate Granma, cuando este apareció atado a un muelle durante el recorrido, cerca de los predios de la antigua Marina de Guerra. La emoción por ese contacto fue enorme.
Un discurso electrizante y memorable, con ribetes de leyenda en la memoria del pueblo, pronunció Fidel Castro en horas de la noche y entrada la madrugada del día nueve de enero, en áreas del antiguo campamento militar de Columbia convertido después en Ciudad Escolar Libertad.
"Se ha andado un trecho, quizás un paso de avance considerable. Aquí estamos en la capital, aquí estamos en Columbia, parecen victoriosas las fuerzas revolucionarias; el gobierno está constituido, reconocido por numerosos países del mundo, al parecer se ha conquistado la paz; y, sin embargo, no debemos estar optimistas.
“Mientras el pueblo reía hoy, mientras el pueblo se alegraba, nosotros nos preocupábamos; y mientras más extraordinaria era la multitud que acudía a recibirnos, y mientras más extraordinario era el júbilo del pueblo, más grande era nuestra preocupación, porque más grande era también nuestra responsabilidad ante la historia y ante el pueblo de Cuba".
En Santiago de Cuba había esclarecido rotundamente que esta iba ser la verdadera Revolución Cubana, la de los padres fundadores, la de José Martí, y tantos héroes genuinos y mártires, sin entreguistas, oportunistas ni vendidos.
En La Habana alertó acerca de lo mucho que restaba por hacer y sobre lo cierto de que, lo más difícil, seguramente estaría por venir a partir de entonces.
No eran presentimientos infundados, ya había medido fuerzas y luchado también contra poderosos enemigos que le habían salido al paso a las órdenes de la CIA y el Gobierno de los Estados Unidos, quienes se dieron cuenta desde el comienzo de que el revolucionario jamás sería un hombre afín a sus intereses y a sus políticas.
Desde fines de la guerra liberadora que tras la ofensiva final del Ejército Rebelde derrotó a las huestes batistianas, Fidel había deshecho una conjura enemiga que intentó frustrar a última hora el éxito de la Revolución.
El acuerdo entre el Ejército Rebelde, a punto de vencer, y el general batistiano Eulogio Cantillo, de deponer las armas y entregar a Batista y los criminales de guerra, fue burlado por el militar, bajo las órdenes del gobierno estadounidense.
Fue entonces cuando el primero de enero de 1959 Fidel lanzó la consigna de “Revolución sí, golpe de Estado no”, al comprobar las verdaderas intenciones del general, y se finalizaron los pasos decisivos que concretaron la victoria.
La estrategia y el accionar revolucionario dirigido por él, desmontó el maquiavélico plan y la Revolución se hizo realidad. Lamentablemente no se pudo evitar que Batista y sus personeros principales huyeran bajo la protección norteña.
Fue mucho lo ganado por los cubanos pese a las enormes dificultades, las agresiones y el bloqueo afrontados, como él anunciara.
Pero los yanquis de entonces y su camarilla no calcularon que en medio de las alegrías y los festejos por el triunfo y hasta por el Año Nuevo, había un pueblo heroico que conducido por un dirigente fuera de serie marcharía en lo adelante de victoria en victoria. Hasta el día de hoy. (Tomado de la ACN)