Por Gustavo Espinoza M.
Hace 75 años, en mayo de 1945, el Estado Mayor Hitleriano firmó la rendición de Alemania en la II Guerra Mundial. Cuando cayó el telón de la escena, el fascismo había sido derrotado, pero la lucha dejó una dolorosa estela de muerte y de sangre. Más de 50 millones de personas ofrendaron su vida por esa causa, centenares de ciudades, y millares de aldeas, fueron arrasadas por los ejércitos en marcha; pueblos enteros desaparecieron, y se destrozaron fronteras. La guerra fue un precio muy alto que el mundo debió pagar para librarse de la tiranía y de la esclavitud.
El oscuro antecedente
En realidad los sucesos que se desencadenaron en Europa a partir de 1939, tuvieron un antecedente definido: la I Guerra mundial, librada entre 1914 y 1918, que dejó un continente destruido y mutilado. Esa guerra, originalmente fue ideada por las grandes corporaciones financieras como un modo de hacer frente a la aguda crisis que afectaba la estabilidad del sistema de dominación capitalista. Forjar una economía de guerra, que alentara la instalación de fábricas de armas, produjera ingentes cantidades de artefactos de ese orden, diera empleo al gran número de desocupados que pululaban en todos los países y reflotara la economía a partir de la comercialización de productos bélicos; pareció ser -entre 1912 y 1914- el modo de enfrentar una crisis que corroía las bases mismas de la sociedad de entonces. Para ejecutar esa política, se dio inicio a la Primera Gran Guerra.
Ocurrió, sin embargo, que estas previsiones no se cumplieron. Los pueblos no hicieron suya a causa de la guerra, aunque esta vinera envuelta en fina papelería de patriotismo. Como en otras circunstancias, en ésta, la Patria fue sólo un pretexto para enfrentar a unos contra otros; pero los trabajadores de distintos países percibieron que eso no era así. Que los obreros franceses nada tenían contra los obreros alemanes; y que los obreros alemanes no tenían por qué ver en los obreros franceses, a sus adversarios históricos. En todo caso, unos y otros debían ajustar las cuentas con sus propias burguesías, las de cada país, responsables de la crisis que se vivía en cada territorio y beneficiarias directas de la explotación inicua que ejercían contra sus pueblos.
Los que se dieron cuenta de esa realidad, levantaron estandartes de paz, pero no fueron “pacifistas”. Enarbolaron la consigna de “¡Guerra a la guerra!” y llamaron a los pueblos a voltear los fusiles disparando no contra sus hermanos de otros países, sino contra los explotadores que tenían al frente. Fue esa, una lucha revolucionaria que estalló como una luz cuando los cañones del Crucero Autora alumbraron el nacimiento de la Revolución Rusa.
Después de los sucesos de Petrogrado y Moscú, surgió en el mundo una verdadera Ola Revolucionaria –“La Ola Revolucionaria de los años 20”, se le llamaría-. En distintos confines del planeta, pero sobre todo en Europa, estallaron diversos procesos revolucionarios de corte socialista. Finlandia, Hungría, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia y Alemania; fueron escenario de los principales episodios de esos años. Para enfrentarlos, las grandes corporaciones construyeron su propio parapeto: el fascismo.
El fascismo fue ideado como una barrera contra la insurgencia del proletariado. Ante la fuerza de la clase obrera. Las corporaciones construyeron la fuerza de la burguesía. Y para hacerle efectiva, se valieron de los segmentos más pauperizados en la sociedad capitalista: el Lumpen del proletariado. Así forjaron una herramienta de masas y la pusieron bajo la égida de aventureros sin principios que hicieron del terror su manera de administrar el Poder.
Años más tarde, Jorge Dimitrov definiría al fascismo como “la dictadura terrorista de los grandes monopolios, con apoyo de masas” Y llamaría a todos los pueblos a cerrar filas contra ese enemigo, que era ya el enemigo principal de la humanidad.
Derrotada la Ola Revolucionaria de los años 20, en el mundo asomaron dos poderes: La Rusia Soviética que construía el socialismo; y el régimen fascista que asumiría la defensa de los intereses de los Monopolios.
El fascismo optaría, desde un inicio, por una política belicista. No sólo habló de la guerra interna contra los trabajadores en cada país, sino también de una guerra de conquista y expansión, que se desarrollaría en el tiempo, y que buscaría convertir a los Estados Fascistas en los conductores de la humanidad.
En la idea de sus jerarcas, el fascismo llegó para quedarse. Adolfo Hitler, diría después, que construirían “un milenio de dominio Pardo”
De la Italia fascista a la Alemania Nazi.
El fascismo se originó en Europa central. Cuando en Hungría fue aplastada en sangre la República de los Concejos liderada por Bela Kun; el almirante Horty apareció a la cabeza de un régimen siniestro. En Bulgaria ocurrió un fenómeno parecido. Depuesto el gobierno progresista de la Unión Agraria, de Alesxander Stamboliinski, el general Tshankov se hizo del Poder con métodos siniestros. Pero fue en Italia donde el fascismo logró su principal victoria. En octubre de 1922, la Marcha Sobre Roma, ejecutada por las huestes del fascismo, permitió que el rey Victor Manuel entregara la Jefatura del Estado al “Ducce”, Benito Mussolini para instaurar el régimen fascista.
Mussolini, en el Poder, no dio tregua a los trabajadores. Socialista converso, radical y chovinista, desplegó una violenta ofensiva contra los sindicatos a los que consideró “responsables” de la crisis italiana. Contra ellos, forjó la alianza de los grandes industriales con los segmentos emergentes de la sociedad – el lumpen del proletariado- Con ella, concibió la idea de construir un “Estado Nuevo”, el Estado Corporativo Fascista.
El ejemplo fue seguido poco después en Portugal por Oliveira Salazar, quien, en 1925, se hizo del Poder en Lisboa con las mismas banderas. Y luego en Alemania, con el ascenso de Adolfo Hitler, a partir de 1932.
Con Hitler en el Poder, las grandes corporaciones consideraron salvado su régimen de dominación. El líder Nazi se entendió, rápidamente con los segmentos más altos de la gran burguesía alemana y enfiló sus baterías contra el socialismo. Para ese efecto emprendió dos tareas: aplastar al proletariado alemán y extender sus dominios conquistando Europa. Su objetivo era ser fuerte para enfrentar a Rusia, y aplastar al Socialismo.
De eso, fueron conscientes los gobiernos de Europa Occidental y de los Estados Unidos. Por eso, su tarea fue esperar el desarrollo de los acontecimientos.
Cuando en 1939 en España cayó la Republica y se impuso el régimen fascista de Francisco Franco, la Alemania Nazi consideró cumplida la primera etapa de sus planes bélicos. Había logrado, en efecto, consolidar su fuerza y crear las condiciones para extender su dominio sobre el continente europeo y aún más. Italia, incursionó en Africa, ocupando Etiopia y Libia, y la Alemania Nazi haría lo propio en el norte africano más tarde. Ambas potencia, además, tenderían sus lazos hacia el Japón, entendiéndose con las camarillas guerreristas niponas sin obstáculo alguno.
En 1939, Alemania invadió Polonia, y en 1940 se apoderó de Francia e instauró allí un régimen fantoche. Tenía todo, entonces para atacar a la URSS. Y lo hizo a partir del 22 de junio de 1941
La Resistencia Soviética
La “Operación Barba Roja” –el ataque a la URSS-fue prevista para una ejecución rápida. En los planes hitlerianos estaba el desmoronar al régimen soviético en tres meses, y acabar con el socialismo. Por eso, enfiló sus ejércitos en tres direcciones: Moscú, Leningrado –la antigua Petrogrado- y Stalingrado, al ciudad del Volga.
En pocas semanas, en efecto, las tropas germanas llegaron a 30 kilómetros de la Plaza Roja, el corazón de la capital soviética, pero no lograron avanzar más. Encontraron la más firme resistencia del pueblo y del Ejército Rojo. Ella asomó desde el inicio del conflicto y se confirmó con las más elevadas expresiones del heroísmo. Rusia peleó con todo en la guerra y pudo detener, en una primera etapa, el avance del enemigo en las puertas de Moscú, en las cercanías de Leningrado y en las afueras de Stalingrado. Ninguno de estos baluartes, cayeron en manos del ejército hitleriano.
La historia ha recogido el legendario heroísmo del pueblo soviético y la fuerza de su ejército. Cuando el 7 de octubre del 41 las tropas nazis se disponían a tomar Moscú, Stalin salió a la calle para alentar a su pueblo, y demostrarle que estaba dispuesto a la batalla. Ese fue un gesto decisivo. Moscú repelió a los agresores.
Leningrado resistió un cerco de casi 900 días. Solo se podía ingresa a la ciudad por el extremo ártico, la región del Lago Lagoda, pero ellos resultaba absolutamente insuficiente para abastecer la urbe. Más de un millón de personas murió por hambre en la cuna de la Revolución de Octubre, pero Leningrado no se rindió. Aún se conserva en el principal hotel de la ciudad, la tarjeta que hizo el alto mando alemán convocando allí una recepción -el 7 de noviembre de 1943- para celebrar la caída de la ciudad.
La batalla de Stalingrado fue la más grandes epopeya militar del siglo XX. Se inició en octubre de 1942 y concluyó el 2 de febrero de 1943 con la capitulación del ejército alemán conducido por el mariscal Von Paulos. Miles de soldados germanos debieron rendirse ante la imposibilidad de conseguir la victoria. Stalingrado fue defendida casa a casa, campo a campo, piedra a piedra, hombre a hombres. Fue esa la batalla decisiva en la guerra; pero no fue la última. Luego vendría la batalla del Arco de Kurts y después la liberación –una a una- de todas las ciudades de Rusia y Ucrania tomadas por asalto por las tropas nazis. El papel del ejército, y de los guerrilleros soviéticos, fue legendario.
El ocaso de los diosos
Prácticamente desde inicios del 45 el Ejército Soviético, ya vencedor, liberaba varios países de Europa del Este y apuntaba hacia Berlín.
Luego de Stalingrado, la guerra había tomado un nuevo giro. Las potencias capitalistas de occidente vieron muy lejana la victoria de Alemania sobre Rusia y -aunque lentamente- resolvieron participar en el conflicto enfrentando el Poder Nazi. Eso explica el Desembarco de Normandía, el 6 de junio del 44, y las operaciones del ejército norteamericano en la península italiana, prtiendo de Sicilia. Ya entonces, la derrota germana estaba consumada.
El régimen Nazi, sin embargo, estaba dispuesto a combatir hasta el fin, y no dejar piedra sobre piedra en suelo europeo. Eran muy fuertes los intereses que representaba e incubaba –hasta el fin- la idea de hacer “una paz por separado” -con occidente- para revertir el curso de la guerra en Europa Oriental.
Ese fue el sentido de las “negociaciones secretas” impulsadas por Allen Dulles dese Ginebra, y celebradas con representantes de diversos jerarcas nazis que buscaban su propia salvación a cambio de una paz concertada con las potencias occidentales. Era ya, el “ocaso de los dioses” como se auguraba en las óperas de Richard Wagner.
La caída del fascismo
El último periodo de la guerra, fue muy ilustrativo. En Roma, el 25 de julio del 43, el Gran Consejo Fascista resolvió deponer a Mussolini y devolver el Poder al Rey Víctor Manuel, quien designó como nuevo Jefe del Gobierno al general Badoglio quien se propuso terminar la guerra. El Ducce fue detenido y confinado en los Alpes; pero el 12 de septiembre de ese año fue espectacularmente liberado por un Comando Alemán enviado por Hitler para esa misión. En enero del 44, desde el norte de Italia, Mussolini proclamo la “República Social” que tuvo una vida efímera. Poco más tarde, en abril del 45, Mussolini fue capturado por la Guerrilla Garilbaldina, cuando huía protegido por una columna germana, rumbo a la frontera Suiza. El 28 de ese mes fue fusilado y con sus colaboradores más inmediatos, colgado boca abajo en una plaza importante de Milán.
Hitler, finalmente, correría una suerte similar. Frenético y virtualmente enloquecido, resolvió “resistir hasta el fin” lanzando a la muerte a soldados niños de 12 y 15 años que integraban los “escalones infantiles de los SS”, la jungvolk. Fueron ellos -más algunos millares de soldados- los que libraron la batalla de Berlín que virtualmente terminó con la muerte de Fuhrer, el lunes 30 de abril a las 3.15 de la tarde en el Bunker de la Cancillería Nazi. Poca después, en horas de la noche. La bandera roja fue izada por el soldado Egorov en el Parlamento Alemán, el Reischtag, confirmando la derrota de la Alemania Nazi.
Los primeros días de mayo del 45 fueron tensos, y no exentos de violencia. Hubo focos de resistencia, gradualmente apagados y negociaciones en la sombra. Las potencias occidentales querían que Alemania negociara la paz con ellos, reconociendo a Estados Unidos y a Inglaterra como las “potencias vencedoras”; pero este operativo, también fracasó.
Por eso, el 9 de Mayo -hace 75 años- finalmente, se firmó y el gobierno alemán capituló ante el Alto Mando Militar Soviético.
No fue ése, sin embargo, el final de la guerra. En Estados Unidos, en abril de ese año, murió el presidente Roosevelt –hombre de paz- y asumió el gobierno Harry Truman -hombre de guerra- Este dispuso, el 6 y el 9 de agosto el lanzamiento de bombas de hidrogeno sobre Hiroshima y Nagasaki a fin de intimar la rendición de Japón, que ocurrió en forma inmediata. Este ataque a ciudades defensas y en las que perecieron millares de civiles inermes, bien puede considerarse un crimen de Lesa Humanidad.
Después de la guerra
Después de la guerra el mundo pudo haber sido reconstruido en un clima de paz y de cooperación entre los Estados. Pero eso, no ocurrió. Las grandes corporaciones volvieron a temer “la expansión del socialismo”. Winston Churchill, en 1947 –el discurso de Fulton- proclamó la necesidad de alzar “una cortina de hierro” para impedir “la expansión del comunismo”. Fue ese el inicio de la llamada “guerra fría”, que se “calentó” después con la Guerra de Corea y más tarde con la Guerra de Vietnam.
Aunque en el camino la URSS desapareció, los ideales del socialismo perviven en nuestro tiempo. Los pueblos, con enorme esfuerzo y sacrificio, levantan sus banderas solidarias.
Hoy, en el siglo XXI el mundo conoce de nuevas convulsiones. Las Grandes Corporaciones llevan la guerra al Medio Oriente en busca de Gas y de Petroleo. Y a África, en procura de ricos minerales. Pero buscan parapetarse en América Latina, a la que buscan someter al dominio de los grandes monopolios.
El destino de la humanidad está en juego. Aunque el fascismo fue derrotado; su huella aún subsiste. Asoman vestigios del fascismo en distintos paíse, y elos ponen en riesgo la paz y el porvenir de los pueblos.
Julius Fucik, un destacado periodista antifascista, nos exhortó a estar atentos ante la amenaza constante del fascismo, antes de ser ejecutado en Praga el 8 de septiembre de 1944, “Hombres. Yo os amé, Velad!”. Y sí, hay que estar atentos siempre.