Miles de combatientes participaron en los cercos tácticos durante la LCB en el Escambray. Foto: Archivo.
La Habana, 9 sep (RHC) La serie LCB: La otra guerra, con una notable y atenta recepción de distintas generaciones de televidentes, ha revelado a muchos en los últimos tiempos cuánto queda aún por contar de la historia cubana para las grandes audiencias, y cuánto puede calar en el público una obra audiovisual que integra responsablemente la ficción con el testimonio personal y la investigación y la veracidad históricas.
Se logra entonces un producto auténtico, fiel a una época y a los sucesos que la marcaron, como marcaron a quienes intervinieron en los hechos y vieron cambiar sus vidas.
Todavía, a 60 años del inicio de la lucha contra bandidos (LCB), algunos llaman “alzamientos guerrilleros” las acciones de las bandas que asolaron distintas zonas del país y “guerrilleros” a quienes las integraban, les describen como “luchadores” contra el comunismo y la Revolución, soslayando los cientos de asesinatos que cometieron desde antes de aquel 5 de septiembre de 1960 en que Fidel visitó la Escuela de Milicias Campesinas de La Campana (en el Hoyo de Manicaragua), donde habló de estrategias y tácticas a seguir a oficiales del ejército, tras lo cual varios pelotones comenzaron a perseguir a los bandidos.
Desde el 8 de septiembre de 1960, cuando una tropa que dirigía el propio Fidel rodeó a una banda en la zona de La Sierrita y capturó a más de una decena de bandidos y a su cabecilla, Leandro Alberto Walsh, hasta el 5 de julio de 1965, cuando fue neutralizada en la zona de Los Ramones (cerca del río Jatibonico, también en Las Villas) la última que quedaba activa, la de Juan Alberto Martínez Andrade, miles de combatientes de las Fuerzas Armadas, las Milicias Nacionales Revolucionarias, el Ministerio del Interior y las compañías serranas y pobladores de las montañas participaron en una guerra contra grupos que, más que ideales o una agenda política, defendieron y practicaron el terrorismo, desde el asedio y la intimidación hasta el asesinato de pobladores.
Según Bandidismo: Derrota de la CIA en Cuba (2008), de Pedro Etcheverry y Santiago Gutiérrez, más de 200 civiles fueron asesinados por los alzados, entre ellos más de 60 campesinos y trabajadores agrícolas, 13 niños y nueve maestros voluntarios, brigadistas y colaboradores de la Campaña de Alfabetización. Las bajas de las fuerzas revolucionarias que combatieron a los bandidos fueron unas 590, además de cientos de heridos y unos 250 incapacitados de por vida.
El macizo de Guamuhaya (que desde entonces fue más conocido como Escambray), fue el epicentro de la acción de las bandas, el escogido y promovido por la CIA y el Gobierno de los Estados Unidos para su guerra irregular en Cuba, parte del esquema general estratégico en su objetivo de derrocar a la Revolución cubana.
Nutridos por infiltraciones de grupos armados, con armas que llegaban del extranjero y con apoyo de la CIA a partir de la Operación Silencio (según documentos del Gobierno de EE.UU., fueron enviadas 151 000 libras de armas, municiones y equipos), apoyados desde la Base Naval de Guantánamo y la Florida y favorecidos por una geografía intrincada, aquellos “guerrilleros” sin ideales se dedicaron –más que a enfrentar a las fuerzas militares que se les oponían–, a masacrar familias y matar a civiles –los que apoyaban a la naciente Revolución, los que querían vivir pacífica y tranquilamente y se sumaban al nuevo proceso político y social, los que se negaban a darles sustento en sus fechorías, los que recibían a los jóvenes maestros alfabetizadores para aprender lo que antes les había sido negado.
“La lucha guerrillera es un arma formidable, pero como arma revolucionaria; la lucha guerrillera es un arma formidable para luchar contra la explotación, para luchar contra el colonialismo, para luchar contra el imperialismo, pero la lucha guerrillera jamás será instrumento adecuado ni útil a la contrarrevolución, a los imperialistas, para luchar contra los explotados, para luchar contra el pueblo.
Y esperamos que esa lección la hayan aprendido bien. Sabemos que no desisten en sus planes; incesantemente detectamos nuevas infiltraciones, incesantemente ocupamos nuevas armas, nuevos explosivos, pero esperamos que hayan perdido para siempre la esperanza de poder llevar adelante sus bandas contrarrevolucionarias”. (Fidel Castro, discurso en acto por el XII aniversario del asalto al Cuartel Moncada, 26 de julio de 1965, Santa Clara)
Nunca atacaron un objetivo militar importante ni lograron tomar un poblado. Ni siquiera pudieron hacerlo en el caserío de Polo Viejo, cerca de Trinidad, donde más de 40 bandidos mandados por Julio Emilio Carretero (miembro del ejército de Batista, que se hacía llamar jefe de un Ejército de Liberación Nacional) fueron rechazados por seis hombres, una mujer y un niño que defendieron el cuartel local.
Incendiaron bohíos y escuelas, sabotearon instalaciones civiles, atracaron almacenes, granjas y tiendas del pueblo; torturaron, mutilaron y asesinaron a campesinos, maestros y alfabetizadores… Siempre a la espera de una invasión militar exitosa y la caída del Gobierno revolucionario –desde el fallido Plan Trinidad y la derrotada invasión por Playa Girón hasta los días de la Crisis de Octubre y más allá– que nunca llegó.
Esos civiles muertos no fueron lo que hoy se denomina (a veces inexacta e hipócritamente) “daño colateral”. Eran el objetivo específico de quienes, más que ideales, tenían perfiles criminales y se ensañaban con sus víctimas desarmadas, las torturaban y mutilaban antes de ejecutarlas, como sucedió a los maestros Conrado Benítez y Manuel Ascunce y a Alberto Delgado, protagonista de la operación Trasbordo.
En el surgimiento de las bandas en la zona de Guamuhaya (Escambray) se ubican dos etapas fundamentales. La primera, desde julio de 1960 hasta abril de 1961. Los grupos estaban formados por delincuentes, prófugos de la justicia, antiguos miembros de los cuerpos represivos de la tiranía batistiana que huían de la Justicia y no tenían un objetivo político definido.
La segunda se extiende desde abril de 1961 hasta julio de 1965. En este período los principales cabecillas eran antiguos miembros del Ejército Rebelde, resentidos y afectados en sus intereses personales y estimulados por un programa elaborado por EE.UU. (Fuente: cubadefensa.cu)
Al Plan Trinidad (preveía un desembarco mercenario y una cabeza de playa en Trinidad, apoyada por las bandas del Escambray), a la Operación Mangosta, a los planes de la CIA, el Pentágono, el Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos y otros brazos del Gobierno de EE.UU. y al Programa de Acción Encubierta contra el Régimen de Castro aprobado por el presidente Eisenhower en marzo de 1960, Cuba respondió con la Operación Jaula o Limpia del Escambray (entre finales de 1960 y abril de 1961; hizo inviable el Plan Trinidad), la LCB, la Operación Trasbordo (recreada en el filme El hombre de Maisinicú; permitió desactivar a las bandas de Maro Borges y Julio Emilio Carretero sin que mediaran combates, con acciones de inteligencia, haciendo a los bandidos creer que eran evacuados a EE.UU. en supuestos guardacostas estadounidenses), la Operación Zapato (que permitió aniquilar la banda de Tomás San Gil y ocupar su “libro negro”, con lo cual se pudo desarticular la red de apoyo de los bandidos y cortar sus fuentes de dinero y otros suministros) y otras acciones que abrieron el camino hacia el final del bandidismo.
Cuando en julio de 1965, tras casi cinco años de enfrentamiento, era declarada la victoria sobre el bandidismo, habían sido neutralizadas o aniquiladas unas 300 bandas integradas por 4 000 alzados.
El 26 de julio, en Santa Clara, Fidel afirmaba: “Hay que decir que ni un solo asesinato quedó impune; hay que decir que ninguno de aquellos malhechores que ultimaron a brigadistas, a maestros, a obreros, a campesinos, logró escapar; hay que decir que la ley y la justicia cayeron sobre los culpables. Pero la erradicación de esas bandas no se hizo sin sacrificios”.
La historia que generaciones de cubanos han revivido en los últimos tiempos en LCB: La otra guerra es parte de la dura historia nacional, pero también involucra historias familiares y personales que aún hoy pueden ser contadas por quienes vivieron aquellos sucesos de forma directa o indirecta, los que perdieron a compañeros de tropa o a familiares, los que debieron dejar sus hogares, los que sufrieron heridas y daños permanentes y vivieron bajo el terror.
Aún hoy, en las localidades que rodean al macizo montañoso de Guamuhaya (Escambray), desde Manicaragua a Trinidad, hay familias que se asentaron para siempre montaña abajo porque una vez –en aquella turbulenta primera mitad de los años sesenta en que vivieron en peligro– sintieron o supieron, fueron avisadas, de que los bandidos “les rondaban” o les tenían en la mira.
Hoy, los que eran jóvenes entonces y debieron “bajar” con sus padres son abuelos o bisabuelos y sus historias han pasado a hijos, nietos y bisnietos. Es historia viva y, junto a libros, filmes, obras teatrales y series televisivas, forma parte de la memoria colectiva. No se olvida. (Fuente: Cubadebate)