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Es curioso que todos hablen de Joe Biden como el gallo viejo en esta carrera, porque el jueves por la noche en Nashville, Tennessee, fue el presidente Donald Trump quien parecía estar avanzando a marchas forzadas.
(AP Photo/Alex Brandon)
No me refiero a lo físico: tenía su repertorio completo de expresiones faciales (arrogante, chiflado, amenazante, mártir) y el habitual rebuzno chillón. Hablo en términos metafóricos, políticos.
Necesitaba mostrar al electorado algo distinto de lo que les había estado mostrando en el transcurso de este desdichado año, pero no lo tenía.
Necesitaba apartarse de su mal genio, pero ese era el único estado que le quedaba. Su calma durante el primer tercio del debate dio paso a la habitual excitación durante el resto del mismo. Volvió a su grandilocuencia característica, sus falsedades habituales, sus burlas, sus insultos.
“No podemos encerrarnos en un sótano como Joe”, gritó. “Él tiene eso de vivir en un sótano”.
Luego, más tarde, se dirigió directamente a Biden con esta frase: “No me vengas con eso de que eres un bebé inocente”. Qué ejemplo más perfecto del hábito de Trump de endilgarle a sus oponentes caricaturas que aplican para él a la perfección.
Durante la mayor parte de la noche, Biden sacudió la cabeza con incredulidad, sonrió como uno sonríe ante un niño incorregible, dijo menos de lo que podía o debería haber dicho y contó los minutos hasta que todo terminó.
De hecho, no dejó de mirar el reloj. En otro debate con un oponente más cuerdo, ese gesto podría haber sido fatal. En este, era algo con lo que simplemente todos nos identificábamos. A mí también me urgía que terminara la noche. Y apuesto que la abrumadora mayoría de los estadounidenses se sintió de la misma manera.
Ya tuvimos suficiente de esta campaña. Ya fue suficiente de este gobierno. Basta de la atmósfera de fealdad que prevalece en Estados Unidos en este momento. Es hora de dar vuelta a la página, y eso es lo que Biden prometió hacer el jueves por la noche, de esa manera tan totalmente simple, pero extrañamente tranquilizadora.
Su mensaje en general y sus comentarios finales en particular fueron que somos mejores que esto y que podemos superarlo. Nos dio ese mensaje con la suficiente firmeza como para tener la oportunidad de guiarnos hacia nuestro siguiente capítulo.
Este debate, moderado por Kristen Welker de NBC News, fue la segunda (y última) reunión de los dos candidatos y, sin duda, fue mejor que la primera, pero eso es en parte porque no hay manera de caer más bajo que esa catástrofe. Además, la comisión de debates incorporó una salvaguarda: con cada nuevo tema, los candidatos podían hablar durante dos minutos iniciales durante los cuales el micrófono de su oponente se silenciaba.
Fuera de esas zonas protegidas, hubo muchas interrupciones y (sorpresa de las sorpresas), la mayor parte, las hizo Trump. Fue deplorable, lo que significa que se mantuvo fiel a sí mismo.
Anoche, estaba en pésima forma; las probabilidades de su reelección se alejan con cada berrinche diario. Su economía se ha hundido, su base se ha reducido, sus intentos de vilipendiar a Biden han fracasado y su minimización del coronavirus ha sido socavada por su propio contagio y el de tantos en la Casa Blanca.
El jueves por la noche, necesitaba un “Ave María”, no una “Lesley prejuiciada”, que fue su táctica en las horas previas, mientras impulsaba un obsesivo e injustificado ataque a la periodista Lesley Stahl de “60 Minutos”, uno de los programas de noticias más populares y confiables de la televisión estadounidense. Ese resentimiento y petulancia lo siguieron hasta el escenario de Nashville. Aunque sus asesores lo habían exhortado a sonreír más de lo habitual, se mofó y frunció el ceño casi como siempre.
Siendo justos, tenía una tarea difícil, incluso imposible. Por un lado, tenía que sacar de quicio a Biden, porque el modo de alcanzar al favorito es detener su paso y eso era algo que Trump difícilmente haría con cortesía y afirmaciones.
No obstante, no podía repetir su desastroso desempeño del primer debate, cuando en lugar de ser feroz fue salvaje. Para reparar el daño causado, por lo menos tenía que dar atisbos de decoro y el más leve latido que demostrara que tiene corazón.
Esos objetivos estaban en tensión, aunque varios republicanos destacados señalaron que Trump tenía un modelo de comportamiento: Mike Pence, quien alternó entre combativo y serenamente confiado en su debate vicepresidencial con Kamala Harris.
Sin embargo, Trump carece de humildad para seguir el ejemplo de alguien. Y presionar al rey desquiciado de Mar-a-Loco a emular al dormilón de Indiana es como pedirle a un tejón melero que se transforme en un perezoso de tres dedos. Va en contra de la naturaleza misma de la bestia.
Trató de aplicar una estrategia extraña, basada en el engaño y dependiente de la amnesia absoluta de los votantes.
Pintó a Biden, no a sí mismo, como una abominación ética cuya carrera en el gobierno estaba dedicada al enriquecimiento personal. Retrató a la familia Biden, no a la suya, como un clan de corruptos. En esencia, hizo como si Biden estuviera en funciones y habló como si hubiera salido de la vicepresidencia hace 60 segundos y se aferró a la afirmación de que él, el líder del país más rico y poderoso del mundo desde hace casi cuatro años, no tuviera nada qué ver con la política.
“Con estos políticos es mucho ruido y pocas nueces”, dijo Trump en un momento dado.
¿Estos políticos? Señor presidente, permítame presentarle la profesión que ahora desempeña. Su desempeño es terrible en ella y como muestra de ello han muerto más de 220.000 estadounidenses. No obstante, es su ocupación, Dios nos ampare.
Me encantaría poder escribir que la actuación de Biden, en cambio, fue deslumbrante, pero tengo los pies más plantados en la tierra que Trump. Biden nunca es deslumbrante.
Se tambaleaba con frecuencia y sus respuestas no logran ser lo contundentes que podrían ser. A ratos fue evasivo, ya que protegía su ventaja y trató de irse por las ramas tratándose de temas que podían estallarle encima.
Sin embargo, algo que he llegado a apreciar de Biden es que no afirma ser grandioso, no como Trump lo hace cada vez que respira. Promete estabilidad; promete buenas intenciones. Si gana, podría ser el presidente poco común que no está convencido de ser la persona más inteligente doquiera que pone un pie.
Estuve de acuerdo con sus comentarios finales, cuando dijo, una vez más: “En estas elecciones, lo que está en juego es la naturaleza de este país: decencia, honor, respeto, tratar a la gente con dignidad”. Tiene razón en eso. Y por eso es la persona adecuada.
“Ustedes saben quién soy; ustedes saben quién es él”, había dicho Biden antes. “Obsérvenos detenidamente”. Ya no necesito voltear a ver a Trump. He visto todo lo que puedo soportar y hace mucho que estoy listo para ver otra cosa.
This article originally appeared in The New York Times.
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