Por: Jorge Wejebe Cobo
El primero de enero de 1959, los habaneros se lanzaron a las calles para celebrar el triunfo, al conocer la huida de Fulgencio Batista, al tiempo que las milicias del 26 de julio, de acuerdo con las instrucciones del Comandante en Jefe Fidel Castro de “¡Revolución sí; golpe militar no!”, tomaban las estaciones de policías, detenían a los esbirros y cuidaban el orden, con lo que se estableció el poder revolucionario desde abajo.
Mientras, en la ciudad militar de Columbia, hoy Centro Escolar Ciudad Libertad, se desinflaba la farsa de golpe de estado orquestada por el propio tirano y realizada por el general Eulogio Cantillo, en componenda con la embajada estadounidense, para evitar el triunfo de los rebeldes, que habían liberado la mitad del país y desde la zona central de la antigua provincia de Las Villas, las columnas guerrilleras de Camilo y el Che iniciaban el avance hacia la capital.
Esta etapa de la victoria solo fue posible por la previsión del máximo líder Fidel Castro en los momentos más difíciles del Ejército Rebelde, que con apenas 500 combatientes enfrentó la llamada ofensiva de verano de las fuerzas batistianas en 1958.
Esa operación, bautizada por los jactanciosos generales del régimen como “fin de Fidel”, consistía esencialmente en el ataque coordinado de más de 10 mil soldados, apoyados por la fuerza aérea, la marina, tanques y artillería, a las posiciones rebeldes en lo alto de la Sierra Maestra desde sus laderas sur y norte y en movimientos de cerco y aniquilamiento de los revolucionarios en el resto de la región.
La derrota de la llamada ofensiva de verano la tuvo el régimen al ser desgastados sus efectivos por la resistencia del Ejército Rebelde, que estableció una defensa escalonada de las posiciones estratégicas de la serranía y en el posterior cerco y rendición de unidades completas del ejército que se habían aventurado en las montañas, como ocurrió en la Batalla del Jigüe.
Cuando todavía las tropas revolucionarias no habían culminado la asimilación de la gran cantidad de armas ocupadas tras la victoria, el 21 y 31 de agosto se produjo la partida de las columnas invasoras No. 8 Ciro Redondo, comandada por Ernesto Che Guevara, con destino a Las Villas; y la No. 2 Antonio Maceo, al mando de Camilo Cienfuegos, para llegar a Pinar del Río.
La misión de ambas jugarían un rol fundamental en frustrar los variados planes que ese fin de año se fraguaban contra el éxito revolucionario, en el que el factor tiempo y la celeridad de las acciones de los insurrectos se impondrían.
Fidel, al conocer la asonada golpista de La Habana, habló por Radio Rebelde y denunció la maniobra contrarrevolucionaria, orientó una huelga general, la actuación de las milicias y guerrillas para asumir el control de instituciones represivas y cuidar el orden.
Al mismo tiempo, ordenó a Camilo y al Che avanzar rápidamente hacia la capital y tomar la fortaleza de Columbia y La Cabaña, respectivamente, e impedir la consolidación de un gobierno espurio.
Cuando el Héroe de Yaguajay llegó a Columbia, encontró un estado de completa desmoralización de oficiales y politiqueros, que horas antes eran sumisos a los designios de los golpistas y ante la llegada de los barbudos los recibieron con sonrisas y entregaron el mando incondicionalmente.
El jefe rebelde, además, ocupó y disolvió muy especialmente el Buró de Represión de Actividades Anticomunistas (BRAC), creado bajo la indicación del FBI y la CIA años antes y en el cual el propio Camilo sufrió tortura.
En tanto, el Che llegó por primera vez a La Habana y la mayoría de su tropa --formada esencialmente por campesinos y gente humilde-- tampoco conocía la capital cubana y entraron por la carretera central a pocos kilómetros del campamento de Managua, donde cientos de soldados y oficiales fueron incapaces de actuar contra la columna guerrillera.
La oficialidad y las tropas de La Cabaña se rindieron con todo el armamento de tanques, artillería y en la plaza de la fortaleza las tropas insurrectas encontraron centenares de cananas y fusiles abandonados, así como cinturones militares con la marca de USA en sus fundas y pistolas puestas alrededor de los adornos de los muros de piedras coloniales.
Ambos jefes rebeldes de inmediato se dedicaron a consolidar la victoria y coordinaron con los dirigentes del 26 de Julio y de otras organizaciones la forma de garantizar el orden y la tranquilidad, solo interrumpida principalmente por la resistencia de algunos asesinos que se atrincheraron en la Manzana de Gómez, pero fueron neutralizados.
Camilo y Che tendrían como tarea preparar la entrada de Fidel a la capital y lo harían a la perfección para asegurar el ocho de enero de 1959 el ingreso triunfal del máximo líder revolucionario y la Caravana de la Libertad a La Habana, la bella ciudad que previamente habían liberado para siempre los dos legendarios comandantes. (Fuente: ACN)