Retrato de Martí, de Ernesto García Peña
Diáfano, irradiaba más luz que el rayo de sol, que le llegaba desde la ventana e iluminaba el medio de su pecho. Aunque era un pequeño busto al final del aula, cerca del mural de los pioneros, yo lo veía grande, como todo aquel primero del año 2000.
Por ese tiempo, ninguno de nosotros comprendía todavía la Historia de Cuba y de sus hijos, pero ya todos conocíamos a José Martí. Incluso, casi sin saber leer, aprendimos sus versos y apreciamos la inmensidad de su pluma.
Cuando nos tocó crecer y marcharnos, dejamos su imagen justo allí, con la misma luz con que nos recibió, para que los próximos privilegiados le admirasen, pero nos quedamos con la moraleja de sus obras y con la sensibilidad que aún profesan.
Es que, quien haya conocido al hombre, autor intelectual del asalto al Moncada, amante de su Patria, al punto de vivir en el monstruo y estremecerlo para liberarla; y quien haya sabido también del afecto incondicional por su madre y su hijo, incluso más desde la distancia, no puede permitirse no venerarlo y, mucho menos, dejar que lo afrenten.
Utilizar el significado de su estirpe en la historia cubana y en la vida diaria de su gente, y tergiversarlo, ha sido una estrategia tan antigua como los deseos del vecino del norte de apoderarse de este archipiélago rebelde de Las Antillas. Tal vez porque creen, los actores de la guerra no convencional contra Cuba, que los símbolos de libertad y soberanía que representan a este terruño pueden ser corrompidos. Se equivocan.
Se equivocaron los miembros de la farsa de San Isidro cuando, proclamándose seguidores del ideario martiano, se valieron de un poema del Apóstol dedicado a su patria, en medio de un concierto, el pasado 28 de enero, donde participaron miembros del engendro subversivo 27 n, para divulgar su «interés por un país más libre».
Pero algo que sí lograron con Dos Patrias, quienes lo utilizan como consigna, fue recordarles a los cubanos, los verdaderos martianos, la importancia de no volver a ver a Cuba bajo el poder de otra nación, y cuánto hay que seguir haciendo en este presente para preservar lo que tenemos.
Porque somos capaces de tener vacunas auténticas contra una pandemia que acecha al mundo y porque, cuando la crisis financiera mundial se intensifica, la respuesta del caimán caribeño es reordenar nuestra economía y depender de los recursos propios. Porque la noche de la que habla Martí en su poema no puede llegar nuevamente a Cuba.
Escogieron descontextualizar esa letra del Maestro, porque lo que más refleja son sus ansias por liberar a su pueblo del dominio extranjero, mientras se prepara para ello desde el exilio. Entonces, ¿cómo podría ese verso coincidir con una causa con probadas intenciones anexionistas?
Anexionistas, sí, porque el mismo que hace referencia al poema en el concierto, Maikel Castillo Pérez (Osorbo), uno de los farsantes de San Isidro, no hace mucho reafirmó ese interés, e incluso lo reclamó a través de las redes sociales.
Y lo prueban, una y otra vez, cada vez que arriban a Cuba emisarios como la cubana residente en España, Carolina Barrero Ferrer, quien entró al territorio nacional en diciembre del pasado año y ha mantenido comunicaciones con Tania Bruguera, una de las integrantes del movimiento contrarrevolucionario, pues tiene la clara misión de agilizar las acciones del grupo.
La evidencia está en su activismo durante la provocación de este 27 de enero –no hace falta ni decir por qué esa fecha– ante el Ministerio de Cultura, donde también estuvo Osorbo, para reclamar un diálogo que ellos mismos sabotearon cuando decidieron atacar deliberadamente los símbolos por los que dicen que luchan.
Barrero Ferrer fue también de las protagonistas, luego, en la fabricación de la lista de firmas para pedir la dimisión del titular del Mincult.
Entonces: ¿A quiénes o a qué responden la farsa de San Isidro, o el 27 N? ¿Son realmente transparentes y puros los motivos que promueven? ¿Para qué necesitan intermediarios como Carolina Barrero Ferrer, si gozan de la autonomía que predican?
Esas son preguntas que saltan a la mente de cualquiera y hasta se responden solas, aunque no importan mucho. De todas formas, el verdadero ideario martiano, el que cala hondo en el alma de este pueblo antillano, lo apreciamos todos los revolucionarios desde pequeños y lo aprendemos en la escuela o con la familia; lo cultivamos día a día y corre por nuestras venas como la sangre misma, a sabiendas de que, no importa cuán atractiva sea la oferta, esa savia heredada no se vende.