Nos vamos a Isla de Pinos

بقلم: Lorena Viñas Rodríguez
2021-05-15 10:38:48

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Isla de Pinos. Foto: Archivo/RHC.

Por: Ciro Bianchi Ross

La Habana, 15 may (RHC) Recuentos sobre náufragos y piratas y leyendas acerca de tesoros escondidos e inútilmente buscados jalonan en buena medida la historia y el imaginario de este territorio. Se dice que Robert Louis Stevenson situó allí el escenario de La Isla del tesoro, y no es menos cierto que las descripciones que hace ese escritor en su conocida novela coinciden en mucho con la ubicación y la geografía de un lugar que se distingue por su producción citrícola y sus canteras de mármol.

De enorme valor son la pictografías aborígenes  de las cuevas de Punta del Este, las espeluncas más importantes de las Antillas, y las arenas negras de las playas de Bibijagua, fruto de la erosión del mar sobre las rocas marmóreas, le regalan un paisaje único a un territorio que se llamó Isla de Pinos y que en 1975 pasó a llamarse Isla de la Juventud.

Se estima que visitantes asiduos de la isla fueron los célebres piratas Francis Drake y Henry Morgan; Esquemeling y El Olonés, Heyn y Leclerc, entre otros. También el mulato habanero Diego Grillo, segundo de Drake en la batalla de Siguanea, en el oeste del territorio. En  las márgenes de esa bahía se supone oculto el cuantioso tesoro  que el corsario francés Latrobe arrebató a los españoles  pocos días antes de que lo apresaran. Murió sin revelar donde lo había enterrado.

Estratégicamente situada cerca de las rutas de las flotas españolas, Isla de Pinos despertó temprano el interés de aventureros que terminaron adueñándose de ella. Solo una cuarta parte de los barcos que, cargados con las riquezas de América, se dirigían a España llegaron a su destino.

El resto cayó en manos de corsarios y piratas y siguieron ruta hacia Inglaterra, Francia y Holanda o se hundieron en mares adyacentes a la isla, sin contar que, se dice, los propios piratas, para evitar el saqueo por parte de sus adversarios, enterraron su botín en intrincados parajes de la geografía pinera.

Confiere visos de realidad a esta leyenda local el hallazgo de varios brazaletes de oro con engarces de piedras preciosas incrustados en rocas de coral que protagonizara, en 1919, el explorador norteamericano Cyrus F. Wicker. De cualquier manera, algunos de los habitantes de la región, por su cuenta y riesgo, siguen buscando esos tesoros.

Isla de Pinos o, mejor, la Isla de la Juventud se ubica a 138 kilómetros al sudeste de Ciudad de La Habana. Con sus 2 200 kilómetros cuadrados y una población aproximada de 60 000 habitantes, es, en extensión, la segunda del archipiélago cubano y la mayor el archipiélago de los Canarreos, a la que pertenece. Cristóbal Colón la descubrió el 13 de junio de 1492, durante su segundo viaje al Nuevo Mundo, y llamó Evangelista a ese pedazo de tierra casi deshabitado entonces. Oficiales británicos la exploraron en 1762 y la valoraron como “la joyita de los mares del sur”.

Ya en el siglo XIX muchos cubanos pagaron su amor a la independencia con penas de destierro en Isla de Pinos, y en 1931 el dictador Gerardo Machado inauguró allí, como réplica de la cárcel norteamericana de Joliet, en Illinois, el llamado Presidio Modelo, capaz de albergar a unos 6 000 reclusos.

A comienzos del siglo XX inversionistas norteamericanos comenzaron a considerar este territorio como parte de sus planes. Llegaron también más de 50 familias canadienses en busca de fortuna. Llegaron japoneses que se establecieron en pequeñas parcelas y, antes, muchísimos pescadores de las islas Caimán. Hoy los  habitantes del sur de Isla de Pinos son, en mayoría, descendientes de los inmigrantes de esas colonias británicas.

Esta isla estuvo a punto de verse enajenada de la soberanía nacional al quedar como una especie de tierra de nadie en tratados que, con exclusión de Cuba, suscribieron España y Estados Unidos en 1898, al finalizar la Guerra Hispano-Americana. El inclaudicable reclamo popular y un delicado bregar político y diplomático por parte del gobierno de La Habana lograron su restitución en 1925.

Pero en verdad hasta 1959 Isla de Pinos fue un lugar olvidado y los pineros, con razón, veían el resto del país como una tierra extraña que parecía ser la metrópoli de una humilde colonia. De ahí la pregunta que formularan entonces cuando veían que alguien se disponía a trasladarse por mar al Surgidero de Batabanó, en la costa sur habanera. Inquirían: ¿Va para Cuba?

Lo despoblado del territorio y los ambiciosos planes de desarrollo que la Revolución concebía para la zona hicieron que, a fines de los años 60 del siglo pasado cubanos de otras muchas regiones fueran a vivir y trabajar a Isla de Pinos. En los años 70 llegaron miles de jóvenes a fin de cursar estudios en las numerosas escuelas secundarias y preuniversitarias que allí se construyeron.

No solo eran cubanos, sino que procedían de otros países de América Latina, el Caribe, África y Asia y convirtieron a la Isla en un territorio eminentemente joven. Esa fue la razón de que Isla de Pinos comenzara a llamarse Isla de la Juventud, aunque los nacidos allí sigan proclamándose, con orgullo, pineros. (Fuente: Cubadebate)



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