Al salir de su casa para nunca volver, Rolando Pérez Quintosa tiró a broma aquella expresión de Juana: «Cuídate, hijo, no sea que te vayan a matar»
Por: Abdiel Bermudez Bermudez, Ana María Domínguez Cruz.
¿Cuánto le duele a un hijo no haber podido conocer a su padre? ¿Cuánto soporta una madre cada día al recordar que a su hijo lo asesinaron hombres desalmados que, a cualquier precio, deseaban salir ilegalmente de Cuba? ¿Cuánto llora en silencio cada noche la esposa que crió sola a su pequeño y que no olvida el último beso que le diera su amado?
Hace justo diez años que visité la casa de Rolando Pérez Quintosa, el único sobreviviente de los cuatro jóvenes víctimas de los sucesos de Tarará del 9 de enero de 1992 y que, 37 días después, falleció. Recuerdo cuánto se me cerró el pecho al ver los ojos tristes de Juana, la madre; de María Cristina, la esposa; de Rolandito, su hijo.
"Asesinar es repugnante, asesinar a hombres desarmados y amarrados es monstruoso…", expresó Fidel en aquel momento. Décadas después sigue siendo uno de los dolores más grandes que ha vivido esa familia. El orgullo por saber que el más joven Héroe de la República de Cuba cumplía con su deber revolucionario se entrelaza con la tristeza infinita de saberlo ausente y el ímpetu de educar a su hijo en los mismos principios que su padre defendió.
Rolando Pérez Labrada, el hijo de Rolando Pérez Quintosa, me contó en aquella visita que conocer a su padre a través de fotos e historias de la familia es lo único que ha podido hacer. No jugaron pelota ni pescaron juntos, no compartió con él las alegrías por sus buenas notas ni pudo aconsejarle en los momentos difíciles de su vida. Sin embargo, lo siente presente en todo momento.
Hasta ese día en que me senté en la sala de esa casa, no había imaginado cómo puede sentirse un niño cuando en el aula, en la clase de Historia, la maestra comienza a hablar de un hecho cuyas consecuencias él sufre a diario. Entonces comprendí a Rolandito, porque es indescriptible esa mezcla de emociones y porque se construye retos todos los días para serle fiel a su papá.
El joven suboficial Rolando Pérez Quintosa, de 23 años, dejó en la cuna a su hijo con solo cinco meses, se despidió de su madre y de su esposa y se fue a trabajar. Horas después, mal herido y golpeado, encendió y apagó la luz varias veces para llamar la atención de las otras fuerzas de apoyo que llegaron a Tarará a socorrer. Ya habían muerto Orosmán Dueñas Valero, Rafael Guevara Borges y Yuri Gómez Reinoso, y Pérez Quintosa fue quien identificó a uno de los sujetos que intentó robar una embarcación.
Los delincuentes fueron encontrados. Luis M. Almeida Pérez y René Salmerón Mendoza fueron condenados a la pena máxima. A los demás se les impusieron sanciones por piratería y complicidad de asesinato de 30, 25 y 15 años de privación de libertad.
Al mismo tiempo, todo el personal de salud que atendió a Pérez Quintosa en el hospital hizo más de lo posible por propiciarle la total recuperación. El propio Fidel visitó la sala, dialogó con los médicos y enfermeras e insistió para que no se escatimaran esfuerzos y recursos. No pudo hacerse el milagro. El 16 de febrero, quien hoy tendría 54 años, murió. Y aunque cada jornada lo ponía en peligro, con certeza no imaginó que aquella sería la última de su vida.
(Tomado de Juventud Rebelde y Canal Caribe).