Pintor cubano Eduardo Roca (Choco)
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La más reciente emisión de Marcas, programa de la televisión cubana, colocó en pantalla un tema ineludible en la agenda pública de una sociedad, como la nuestra, empeñada en conquistar toda la justicia: la lucha contra el racismo y la discriminación racial.
El guionista y conductor del programa, Ernesto Limia, lo hizo desde la articulación entre historia y arte, memoria y actualidad, palabra e imagen. El historiador apeló a la exposición de raíces y antecedentes de un problema que se fue instalando como construcción cultural –es decir, en la subjetividad– desde la colonización de la Isla sostenida económicamente a partir de la importación masiva de mano de obra esclava procedente de África. Limia aportó cifras acerca de la magnitud del crimen; una de ellas, la sobrevivencia en la plantación o la casa del amo de solo uno de cada cinco africanos sometidos a la infame trata negrera, pues los restantes sucumbían entre el embarque y la travesía.
Al escuchar al historiador, recordé las atinadas observaciones de Fernando Martínez Heredia en cuanto al racismo antinegro como herramienta de dominación colonial y neocolonial, y al país que «vivió el final de la esclavitud envuelto en una guerra revolucionaria de independencia abolicionista, que marcó la autoidentificación de los negros y mulatos respecto a la relación entre la libertad y la dignidad personal», impulso social lamentablemente frustrado en la república tutelada por el imperio.
Aun cuando el proceso de transformaciones revolucionarias, iniciado en 1959 asestó un golpe demoledor a las bases institucionales del racismo, y en buena medida a las estructurales, persistieron en el tiempo brechas de equidad y prejuicios, que son los que motivan las acciones del Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación, puesto en marcha en noviembre de 2019, con la participación de casi una cuarentena de organismos y entidades gubernamentales y de la sociedad civil, y encabezado por el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
La exhibición del documental Código color. Memorias (2015), de William Sabourin, producido por la Fundación Caguayo que preside el pintor y escultor Alberto Lescay, trasladó al telespectador una densa y a la vez fluida trama de percepciones, juicios y prejuicios, conflictos y contradicciones, asociados al color de la piel, en una narración que privilegia la visión de intelectuales y gente común nacida o residente en Santiago de Cuba y en sus alrededores.
Otro valioso material, El hombre de la sonrisa amplia y la mirada triste (2016), de Pablo Massip, ofreció argumentos artísticos y humanos que avalan la irreductible cubanía –la anticipación de la aspiración guilleniana de llegar al «color cubano»– de Eduardo Roca (Choco). Además del protagonista, despliegan sus puntos de vista familiares, maestros, colegas del pintor y grabador como Nelson Domínguez, Alberto Lescay, Diana Balboa y Manuel López Oliva; el inefable músico José Luis Cortés, y otros intelectuales entre los que figuran el crítico Nelson Herrera Ysla y la escritora Natalia Bolívar.
A manera de puntuales complementos, Marcas incluyó un pasaje con la recitación, por Luis Carbonell, del poema satírico costumbrista ¿Y tu abuela dónde está?, del puertorriqueño Fortunato Vizcarrondo, y el videoclip que Massip filmó sobre Sonatonga, pieza orquestal de Roberto Valera, dirigida por él mismo, que simboliza la emergencia y resistencia de una identidad mestiza. (Tomado del diario Granma)