En los 75 años transcurridos entre la promulgación de la Doctrina Monroe y el comienzo de la guerra hispano-estadounidense, se produjeron 71 intervenciones militares en Latinoamérica, cuyo objetivo fue proteger el capital estadounidense en ultramar. Imagen: Cubadebate.
Por: Alfredo García.
El imperialismo norteamericano se reinventa. En comparecencia televisiva el pasado 19 de octubre, el presidente, Joe Biden, aseguró: “Que Israel y Ucrania tengan éxito, es vital para la seguridad nacional de Estados Unidos”.
Atrás quedó la guerra hispano-estadounidense y las conquistas coloniales, fuente de la Doctrina Monroe que desde 1823 estableció: “Cualquier intervención de los europeos en América, sería vista como un acto de agresión, que requeriría la intervención de Estados Unidos”. Ya por entonces, todo el continente americano hasta la
Patagonia, había sido declarado “patio trasero” de EEUU.
Pero como imperio naciente que una vez fue colonia, Washington generó una nueva versión más inteligente de imperialismo. La intervención militar en la guerra independentista de Cuba contra el colonialismo español dando la “impresión” de acudir en ayuda a la lucha insurreccional de los cubanos; y la creación del Estado “artificial” de Panamá cuyo territorio fue arrebatado por la fuerza a Colombia con el pretexto de construir el Canal Interoceánico, son ejemplos de los “históricos” aportes del gobierno norteamericano a su política imperialista a finales del siglo XIX.
Sin embargo, su símbolo distintivo no fue oculto. En los 75 años transcurridos entre la promulgación de la Doctrina Monroe y el comienzo de la guerra hispano-estadounidense, se produjeron 71 intervenciones militares en Latinoamérica, cuyo objetivo fue proteger el capital estadounidense en ultramar.
A partir de la guerra hispano-estadounidense y como rasgo distintivo, el imperialismo norteamericano sustituyó la conquista colonial con una forma de expansionismo y control geoeconómico, marcando la transición del clásico imperialismo de colonización de las grandes potencias europeas a la geopolítica económica, cuna de la actual “globalización”.
Las dos guerras mundiales permitieron a Washington, ejecutar su expansionismo global en un contexto internacional anticolonial, introduciendo medidas cosméticas en su expansionismo, que favorecieron las relaciones con los países que emergían de su lucha de liberación nacional.
Durante la “guerra fría” hasta el colapso de la URSS, el imperialismo norteamericano aprovechó su condición de potencia unipolar, adoptando formas expansionistas, escudándose en falsas banderas de “derechos democráticos y humanos” para avanzar en sus intereses geopolíticos, bajo la subversiva doctrina militar de “Guerra de baja intensidad”: Guerra directa utilizando a terceros, dictaduras militares, sanciones económicas y amenazas contra países soberanos, acciones encubiertas para derrocar gobiernos incómodos, embelecos jurídicos para enmascarar su dominio colonial e invasiones y guerras como las de Vietnam, Afganistán, Irak, Libia y Siria, que tuvieron lugar cuando las circunstancias les fueron propicias.
Sin embargo, cuatro décadas después de disponer a su antojo del orden internacional y en defensa de la “seguridad nacional”, EEUU intenta participar junto a sus aliados con descarada hipocresía, como retaguardia de la provocada guerra contra Rusia, enviando dinero y armamento, aspirando a una victoria política y militar sin correr riesgos ni daños humanos o materiales en su nueva versión imperialista del siglo XXI.