Por la paz, el pan y las rosas

بقلم: María Candela
2016-06-19 18:05:08

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Por: Rosa María García Vargas

El 19 de junio de 1953 se consumó uno de los más horrendos crímenes que recuerda la humanidad. Ese día murieron en la silla eléctrica Ethel y Julius Rosenberg.

Las circunstancias que rodean el juicio y la ejecución de los jóvenes esposos han sido ampliamente divulgadas durante los 60 años transcurridos desde la aciaga fecha. Todo comenzó en el verano de 1950, cuando Ethel y Julius son arrestados y acusados de conspiración por cometer espionaje al servicio de la Unión Soviética y el haber facilitado a ese país el secreto de la bomba atómica.

La acusación se basó en falsos testimonios –sobre todo de David Greenglass, hermano menor de Ethel, y de Ruth Greenglass, esposa de David- además se presentaron pruebas inconsistentes que no convencían a ningún jurado.

Era la época de la “caza de brujas”. Una atmósfera de tensión mundial y miedo nacional marcó el proceso de principio a fin. Reconocidas figuras del arte, la ciencia y otras esferas permanecían controladas por la sospecha de ser comunistas o tener alguna simpatía por el movimiento. Muchos fueron enjuiciados y encarcelados por esa razón.

En ese contexto los Rosenberg fueron detenidos y encarcelados. La espera en prisión también les sirvió para dejar un conmovedor testimonio a la humanidad. Las cartas escritas tras las rejas por aquellos días, las fotos, las apelaciones, constituyen la mayor prueba de la inocencia de Ethel y Julius y un hermoso legado de amor, confianza y fe en el futuro.

Quiénes eran los Rosenberg

Ethel y Julius descendían de familias judías de origen humilde y como tal solo aspiraban a trabajar y ser felices juntos. Ella era oficinista; él, ingeniero. Ambos habían participado en huelgas obreras y otras actividades de corte progresista como el apoyo a la República Española.
Ethel fue activista sindical y en esa función desempeñó un papel protagónico en la organización de campañas sociales y políticas hasta quedar embarazada a mediados de 1942.

Julius permaneció activo mucho más tiempo y entre las actividades que desarrolló desde 1943 hasta 1945 cuenta la defensa de los obreros que habían sido despedidos por ser acusados de comunistas.

Al ser detenidos esta disposición progresista y la defensa de los trabajadores pesaron en su contra; sin embargo, no hubo en ellos un momento de vacilación ni la intención siquiera de renegar de sus principios.

Ninguno de los dos se declaró culpable a pesar de las presiones y el chantaje emocional a que eran sometidos, separados de sus pequeños hijos, temiendo por su futuro. Solo un milagro podía salvarlos o una confesión falsa en contra de los principios que los habían sostenido y hecho crecer como seres humanos y mantenerse limpios ante los ojos del mundo.

La cárcel… el amor

En la prisión Ethel y Julius trataron todo el tiempo de mantenerse fuertes y serenos. Cuando uno se desesperaba, el otro escribía palabras de aliento y amor. En más de una ocasión expresaron su confianza en el movimiento popular de apoyo a su causa que tenía lugar en Estados Unidos y en varios países del mundo.

Pero, para el presidente Eisenhower no fue suficiente ni la falta de verdaderas pruebas en su contra ni toda la solidaridad de reconocidas personalidades mundiales de la ciencia y el arte, el clero o la política, y de aquellas más humildes que se congregaban alrededor de la Casa Blanca solicitando clemencia.

Es impresionante conocer toda la historia de los Rosenberg y penetrar en la esencia de su sacrificio: sabiéndose inocentes se enfrentaron al monstruo desde su misma entraña que tan bien conocían. El 4 de julio de 1951 Julius escribe en carta a su esposa:

Algunos políticos utilizarán nuestro caso para amedrentar a las personas liberales y progresistas, pero nosotros estamos denunciando este complot y no nos hallamos solos. Es una lucha por nuestras propias vidas, pero también forma parte de una lucha por la justicia y la libertad de pensamiento.

A principios del año 1953 corrieron rumores de que a Ethel se le conmutaría la pena máxima con la esperanza de que confesara ante la muerte de su esposo. La reacción de ella no se hizo esperar; horrorizada ante esa idea escribió:

En estas últimas semanas un horrible comentario ha estado ganando terreno. Se esparce fortuitamente el rumor de que me van a conmutar la pena de muerte, en virtud de consideraciones humanitarias por mi condición de mujer y madre, mientras mi esposo habrá de ser electrocutado. Además se espera con confianza que, de darse una situación de esa índole, “mis secretos de espía” no morirían conmigo… ¡Así que ahora me van a perdonar la vida a cambio de la de mi esposo! ¡Solo necesito asirme a la cuerda que tan caballerosamente me han arrojado y dejarlo ahogarse, sin siquiera lanzarle una mirada! ¡Qué diabólico! (9 de febrero de 1953).

La ejecución

El 5 de abril de 1951 Ethel y Julius fueron sentenciados a muerte. La ejecución fue señalada para el 21 de mayo de ese año. Después de un largo período de apelaciones y de elevar una solicitud de clemencia al presidente, los Rosenberg mueren en la silla eléctrica el 19 de junio de 1953.

Un nuevo crimen político pasaba a la historia de Estados Unidos y conmovía a la opinión pública en todo el mundo. En Cuba, el 2 de septiembre de 1960, Fidel denunció la barbarie en acto público al proclamar la Primera Declaración de La Habana.

A pesar del tiempo transcurrido, cada año la memoria de los pueblos revive la tragedia de los Rosenberg por esta fecha; en especial los cubanos tenemos razones suficientes para condenar la falsedad del sistema jurídico de Estados Unidos, el cual defiende siempre a los ricos y encarcela la esperanza de millones de seres desamparados, solo por ser pobres, negros, latinos… hasta verlos morir.

Se trata de un sistema que ya había fallado en contra de los Mártires de Chicago y de Sacco y Vanzetti; que pretendió atropellar los derechos de Ángela Davis y que hoy mantiene a cinco héroes cubanos presos en sus cárceles mientras los verdaderos terroristas pasean impúdicamente por las calles.

El 18 de junio de 1953, un día antes de la ejecución, Julius escribió:
«Por la paz, el pan y las rosas, con sencilla dignidad, nos enfrentamos al verdugo con coraje, confianza y esperanza, sin jamás perder la fe».

(Tomado de tiempo21.cu)              



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