Por: Danier Ernesto González
La Habana, 21 jul (RHC) Para que un disturbio atmosférico se transforme en ciclón tropical, la temperatura de la superficie oceánica debe ser, por lo menos, de 26.5 grados Celsius. Claro, una débil cizalladura vertical del viento y humedad suficiente son ingredientes fundamentales.
En la actualidad, la mayor parte del Atlántico tropical es cálida. Prueba de ello es la imagen de arriba, correspondiente al lunes 20 de julio, en la cual apreciamos que entre las costas de Senegal, Gambia y Guinea-Bisáu y las Antillas Menores las temperaturas van desde los 26 hasta los 29 grados Celsius, mientras que, en el mar Caribe, el golfo de México y al norte de las Antillas Mayores se alcanzan 29, 30 y 31 grados.
Fíjense en la próxima imagen, igualmente de ayer. El color naranja/rojo representa anomalías positivas (cálidas). Desde las vecindades del archipiélago de Cabo Verde hasta el oeste del Caribe, y también en el Golfo y el Atlántico noroccidental —zonas por donde comúnmente se desplazan ciclones tropicales en los meses de agosto y septiembre— se registran temperaturas de la superficie marina por encima del promedio.
El calentamiento de las aguas debe acentuarse en el transcurso del verano. Algo a observar. ¿Por qué? Miren, un mar caliente y un ambiente favorable en la media y alta troposfera permiten que una tormenta tropical se convierta en huracán con facilidad, o que un huracán obtenga la categoría 3 o la 4 en poco tiempo, como sucedió con Gustav a finales de agosto de 2008.
Lo ha dicho Philip Klotzbach, respetado meteorólogo de la Universidad Estatal de Colorado: “El agua más cálida proporciona más combustible a las tormentas y también se asocia con una atmósfera más inestable y una presión más baja”. (Fuente: Cubadebate)