Serguey y Dayán en canoa dorada y tiempo récord

بقلم: Orlando González Cruz
2021-08-03 06:28:06

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La Habana, 3 ago (RHC) «ESTO es un sueño», dijo Serguey Torres. «Yo lo dije y no me hacían caso», expresó Fernando Dayán Jorge.

Fueron las primeras palabras a la prensa en el embarcadero, apenas bajados de una canoa dorada, la primera de Cuba capaz de cruzar la meta en primer lugar en una final olímpica.

Ha sido en Tokio 2020, en el Canal Sea Forest, al filo del mediodía, con un calor sofocante que se nos ha olvidado en medio de tanta emoción, de saludos, abrazos, palabrotas.

En un deporte que nos dio antes a ilustres como Ledys Frank Balceiro, Ibrahin Rojas y Leobaldo Pereira, ahora tenemos a Fernando y Serguey, dos pequeñines (si los comparamos con los alemanes, por ejemplo) que han tocado la gloria con una regata increíble.

En la fase eliminatoria y las semifinales hicieron la tarea, pasar a la siguiente, sin mandar quizás, pero sin caer tanto. En la final no hubo otra idea que cortar el agua, explotar a los rivales, desconcertarlos con un ritmo de paleo que no recordarían de antes…

Vinieron de menos a más, de cuartos a primeros, y al pasar la línea de sentencia la pizarra se tomó unos segundos para darles el oro y la mejor marca olímpica de todos los tiempos. ¡Madre mía! Toda la papeleta para estos cubanos que casi siempre se entrenan en La Coronela y Hanabanilla, en silencio. Y que toman el avión hasta Europa y otros sitios para subirse al podio.

Pues Serguey y Dayán pasaron cuartos por los 250 metros, segundos por los 500 y los 750, y primeros por la meta sin detener las palas, en un instante que hizo estallar los sentimientos de los cubanos que llenaban un sector del graderío, todos integrantes de la delegación. ¡Me imagino la patria!

Los relojes indicaron un despampanante crono de 3:24.995, superior en calidad al de los chinos Hao Liu y Pengfei Zheng (3:25.198), y al de los alemanes Sebastian Brendel y Tim Hecker (3:25.615).

Cuando estos pasaron a sus lados y les felicitaron, en el embarcadero, Serguey nos dijo sonriente: «chiquitico, verdad».

Y es que se repite la historia de David y Goliat, de los que con poco hacen cosas grandes, de los que derriban gigantes con honor y esfuerzo máximo.

La bandera de la estrella solitaria volvió a flotar en la gloria, en una gloria de canoa y palas surcando la mar, el viento, la historia y una época en que los triunfos van más allá del podio. Todos lo sabemos…

 

Tomado de JIT.

 



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