por Alina M. Lotti
El agradecimiento ha sido parte de la idiosincrasia de los cubanos. No obstante, lo que no debe suceder es que se subordine la atención o la solicitud a lo que el otro puede obsequiar.
«¿Sueño o hambre?», le dije a un joven médico en una consulta de urgencias hace unos días. Él examinaba a mi madre y, al mismo tiempo, bostezaba sin recato alguno. «Las dos cosas», me respondió sin pena; como una especie de insinuación a que si le podía comprar algo de comer, él lo aceptaría.
Me apoyo en este ejemplo para poner en debate un asunto que ya se torna preocupante y —lo peor de todo— que ocurre a la vista y con la complicidad de todos.
Es un mal del que muy pocos escapan. ¡Que tire la primera piedra quien no ha caído en su ruedo! Me refiero a los «regalitos» que acostumbramos a llevar a consultas médicas o a otros lugares, con el deseo de ser atendidos bien y con rapidez.
No estoy en contra de quienes «premian» por un servicio brindado. El agradecimiento ha sido parte de la idiosincrasia de los cubanos. No obstante, lo que no debe suceder —y ya está echando raíces en nuestra sociedad— es que se subordine la atención o la solicitud a lo que «traigo en la cartera», pues, a decir verdad, casi siempre somos las del sexo femenino las que «caemos en tales detalles».
Sin embargo —y una vez más retorno al pasado en este tipo de comentario—, años atrás esta práctica no estaba tan generalizada, aunque siempre todos hemos retribuido, de alguna manera, cuando recibimos un trato adecuado y sentimos satisfacción por el servicio.
En Salud Pública (y toda regla tiene su excepción), este mal hábito se ha extendido de tal manera, que ya en nuestro propio subconsciente, cuando vamos a una consulta como pacientes, enseguida pensamos en qué llevarle al médico y, en menor medida, a la enfermera.
He sido testigo de médicos que se van con las manos llenas (incluso con productos del agro, cuando los pacientes provienen del campo o de otras provincias) una vez terminada la jornada de trabajo. Ello no fuera criticable, como decía anteriormente, si el servicio no se supedita a «lo que el paciente me pueda llevar».
En Educación ocurre otro tanto. Se da el caso de padres y madres que incurren en conductas muy censurables al respecto, porque «silencian» las deficiencias o dificultades de los hijos con obsequios, y también están quienes son capaces de «comprar» mejores notas, a sabiendas de que no fueron obtenidas por los niños, adolescentes o jóvenes con inteligencia y perseverancia.
«En la viña del señor hay de todo», diría un amigo. Sin embargo, considero que merece la pena reflexionar sobre una cuestión que, lejos de enaltecernos como pueblo, empobrece nuestra imagen.
Agradecimiento es una cosa y «comprar» a la gente es otra. No hay que confundir los términos. La ética, tanto en un sector como en otro, debe respetarse y hacerse cumplir. En eso consiste la profesionalidad y el respeto.
(CubaSí)