Por: Guadalupe Yaujar Díaz
En su crónica Recuerdos de La Habana (diario Hoy, La Habana, julio 1950) Pablo Neruda recordó su estancia en la playa de
Varadero la cual había visitado en 1942, en donde quedó estupefacto “por sus aguas marinas, únicas que parcelaron la turquesa oceánica y se dividieron en el más compacto fulgor de la mariposa azul.
El escritor, junto a su esposa Delia del Carril, llegaba por primera vez a la isla donde cumplirían un programa de conferencias en La Habana, en las que participaron importantes figuras de la cultura cubana, en la Academia Nacional de Artes y Letras, en el recodo conformado por las calles Acosta y Compostela en La Habana Vieja.
Neruda sostenía vínculos con los intelectuales de izquierda, con escritores, poetas y pintores comprometidos socialmente y de corte antifascista en la Cuba de la seudorepública.
Ocho años después el Bardo retomó el paisaje del balneario matancero en su poema “Varadero de Cuba” en el cual plasmó: «Fulgor de Varadero desde la costa eléctrica cuando, despedazándose, recibe en la cadera la Antilla, el mayor golpe de luciérnaga y agua, el sinfín fulgurario del fósforo y la luna, el intenso cadáver de la turquesa muerta: y el pescador oscuro saca de los metales una cola erizada de violetas marinas».
De ese encuentro, que el poeta definió tan apasionadamente, se habla de la visita llegada de la mano de su amigo el naturalista matancero Carlos de la Torre, (15 de mayo 1858-19 febrero 1950) uno de los malacólogos más importantes de Cuba quien fue presentado al autor de 20 poemas de amor y una canción desesperada por el escritor Juan Marinello.
Posteriormente, ya fallecido de la Torre, recordaría Neruda algunas de sus conversaciones en las que el científico le dijera “Los caracoles de tu patria se parecen a tu poesía, en la forma y en el color oscuro”.
Ambos compartían en común un profundo amor por la Naturaleza. Se habla del científico devenido poeta quien descansaba en éstas sus fatigas investigativas; mientras que al poeta lo apasionaba el estudio y la colección de caracoles.
En una visita que le hiciera Neruda al científico en su residencia, éste le obsequiara con una caja llena de magníficos ejemplares de caracoles de su colección, entre los que no faltaron las endémicas polymitas moluscos circunscriptos a la occidental región cubana de Viñales.
“Desde entonces, y al azar de mis viajes, recorrí los siete mares, acechándolos y buscándolos (...)” constituye una de sus revelaciones, escrita desde el refugio marinero de Isla Negra —la última morada del poeta—, puede leerse en su obra Confieso que he vivido, editada póstumamente.
Pareciera como si el amor nacido en las blancas arenas de Varadero se inscribió en lo más recóndito del poeta quien reconoció: “en realidad, lo mejor que coleccioné en mi vida fueron mis caracoles”.
“Estos me dieron el placer de su prodigiosa estructura: la pureza lunar de una porcelana misteriosa, agregada a la multiplicidad de formas, táctiles, góticas, funcionales”, dejó escrito en sus memorias.
De entre tantos recuerdos, sin dudas, quedaron apresados los disímiles caracoles que poblaban las finas arenas de la playa que hemos bautizado como la más linda del mundo.