El primer concurso de mecanografía en Cuba

Editado por Maite González Martínez
2017-07-06 07:40:15

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Grupo de alumnos que obtuvieron premios en el concurso. (Imagen/Bohemia)

Por José Isern (Bohemia)

La idea de escribir a máquina fue consecuencia del afán de escribir que embargó a la Humanidad a fines del siglo XVII. Todos querían expresar su pensamiento y darlo a conocer, pero la vieja pluma de ganso, único instrumento con que contaban los escritores de la época, resultaba, además de gastable en exceso, demasiado lento.

Sin embargo, el primer ensayo serio realizado en esa dirección no fue puesto en práctica hasta 1714, cuando el ingeniero inglés Henry 1Ells obtuvo patente de invención por “una máquina que permitía imprimir letras separadamente, progresivamente, tal como se hace en la escritura manual… pudiendo ser de una gran utilidad y aplicación en Ios establecimientos públicos y oficinas”.

Así decía el inventor en la solicitud de su patente y como entonces, en Inglaterra, no se exigía la descripción completa del aparato, sino únicamente su utilidad o el objetivo para que se destinaba lo Inventado, Milis tuvo bastante con las palabras que hemos transcripto, las que solo permiten deducir que se trata de un aparato mecánico que escribía.

El siglo XIX, padre de la mecanografía práctica, comenzó dando al mundo un Invento, en 1808, del que apenas conocemos el aspecto sentimental que lo determinó. Un italiano llamado Pellegrino Turri, gran aficionado a la mecánica, construyó una máquina especialmente diseñada para que la hija del conde de Fantoni, ciega do nacimiento, pudiese escribir su correspondencia y se distrajera con su uso. Cuando la citada dama falleció, su familia hizo donación del aparato, como un recuerdo, al hijo del inventor, el sabio ítalo Giuseppe Turri. Y aquí se pierden definitivamente las huellas de este invento.

Le sigue de cerca, en orden cronológico, (1833) la primera máquina construida en Francia por el señor Progin, de Marsella, y de la cual ha llegado hasta nosotros un diseño dibujado por no sabemos quién. Se trata de una serie de palancas dispuestas en círculos las cuales convergen en el centro. Es la idea que más tarde imperó en la multitud de modelos que jalonan el camino seguido por los inventores para llegar a la moderna máquina de escribir.

En 1830, un ingeniero norteamericano, Austin Burt, demostró teóricamente la escritura mecánica, exponiendo los planos de una máquina de escribir que llamó “typograph” aunque, desgraciadamente, no pasó de proyecto.

Más tarde, en 1843, Charles Thurber, de la misma nacionalidad, construyó una máquina que lleva por nombre su apellido, cuyo diseño ha llegado también hasta nosotros. Se trataba de una rueda de grandes dimensiones llevando a su derredor las barras portadoras de las letras o tipos, como clavijas colgadas.

Ensayos más o menos felices se realizaron hasta el último tercio del pasado siglo. Leavite, en 1845, Foucault con una rudimentaria máquina en 1849, el norteamericano Ely Beach, que en 1857 ganó una medalla de oro en la Exposición Universal de Londres por lo ingenioso de su aparato, a pesar de que los hechos demostraron que’ no había resuelto el problema. Cooper y Harger, en 1853, House y Tomas Hall en el 65 y 67 respectivamente y, más tarde, John Pratt con su notable “pterotypus” fueron inventores que coadyuvaron a la consecución de la máquina moderna.

La máquina que utilizamos hoy nació en los Estados Unidos en 1872; fueron sus inventores los ingenieros Byron, Brooks, Densmore, Fenne, Sholes y Yost. Se le dió el nombre de Rémington en recuerdo de los talleres donde se construyeron los modelos iniciales.

Antes de lanzar al mercado la máquina, sus autores hicieron más de treinta modelos distintos y aun tuvieron que experimentar, después de esa labor de benedictinos, el sinsabor de comprobar que no fué muy elogiada por el público. Uno de los constructores, el célebre Yost, que más tarde había de dotar al mundo con una de las máquinas más conocidas y perfectas, comprendió el defecto de la Rémington número 1, que sólo escribía letras mayúsculas, y se le ocurrió añadirle una palanca gracias a la cual, con las mismas teclas se podían escribir mayúsculas y minúsculas. Esta modificación caracterizó a la Rémington 2.

A partir del momento que acabamos de describir, el asunto saltó de las manos de los inventores a las de los industriales. Con una rapidez A partir del momento que acabamos de describir, el asunto saltó de las manos de los inventores a las de los industriales. Con una rapidez vertiginosa fueron lanzados al mercado modelo tras modelo a razón de veinte o treinta por año. De 1867 a 1915 se presentaron más de 600 modelos de máquinas de escribir más o menos perfeccionadas.-

Para comprender el grado de progreso alcanzado basta saber que hoy las hay que escriben música, matemáticas, la propia letra de uno ejecutada mecánicamente, las que escriben a distancia, las que lo hacen sobre libros, las taquigráficas que son capaces de seguir la velocidad de la palabra, las que componen caracteres tipográficos según se va escribiendo y, mientras improvisa un periodista sus artículos va componiendo su trabajo para la imprenta, la de impresión automática, por aire comprimido, por electricidad, etc.

Una de las más notables curiosidades es la especialísima máquina “chinesse”, construida para escribir en chino. Fué inventada por el padre Sheffield, misionero de la American Board y presidente del colegio de Tug-Cho, capaz de escribir 400 caracteres de la lengua de Confucio.

Los cubanos, en el pasado siglo, mantuvieron siempre los brazos abiertos a todas las innovaciones. El barco de vapor fué utilizado para el servicio de cabotaje apenas once años después de que Fuiton probó en el Hudson que el vapor era aplicable a la navegación.

Examinando documentos antiguos encuentra el curioso una serie de detalles que hablan muy alto del espíritu progresista de los cubanos de la colonia. Las neveras, por ejemplo, fueron importadas en La Habana pocos meses después de haber sido puestas a la venta en Nueva York.

Lo mismo sucedió con la máquina de escribir. En los expedientes del año de 1887 del Consejo de Administración de la Isla de Cuba, hemos encontrado informes rendidos por el doctor Antonio González de Mendoza, Consejero de Administración, escritos a máquina, con una limpieza de ejecución de que carecen algunos mecanógrafos de hoy.

Sin que podamos asegurarlo de un modo absoluto, todos los datos que liemos recogido permiten creer que fué dicho letrado quien importó la primera máquina de ese tipo en Cuba y es notable comprobar que la primera fué puesta en el mercado americano, según dejamos dicho, en 1872 y que los documentos que hemos visto en el Archivo Nacional pertenecen a 1387, es decir quince años después.

La máquina de escribir, al iniciarse el actual siglo, estaba ya consagrada como instrumento de un nuevo oficio con ribetes de arte. El Gobierno Interventor primero, y la República después, con la natural expansión burocrática impuesta por reorganización y ampliación de los servicios públicos, ofrecieron amplio campo a los mecanógrafos y, en el año de 1909, la necesidad era tan sentida que el Instituto Provincial de La Habana contaba con una cátedra de Taquigrafía y Mecanografía que estaba a cargo del señor Frank A. Betancourt.

Este criollo, un DOCO intelectual y un poco aventurero, había si-do secretario del Ministro de Guatemala en Wáshington y, aseguran sus panegirístas de la época, fué el primer cubano que estudió taquigrafía y mecanografía en los Estados Unidos.

Desempeñó en Buenos Aires la misma cátedra que en Cuba, en las escuelas comerciales, y ganó un premio en la Exposición Internacional de San Luis con una obra sobre taquigrafía. En el año de 1900 entró en la historia de nuestra enseñanza fundando una academia en la ciudad de Santiago de Cuba.

A principios del mes de octubre año 1909, el Instituto Provincial de La Habana convocó al primer concurso de mecanografía efectuado en Cuba. Sólo podían tomar parte en él los alumnos del citado plantel y tenía por objeto premiar al que mejor y más rápidamente tradujera en máquina un dictado taquigráfico y escoger el campeón de resistencia, declarándose triunfador al que más palabras escribiera, con menos faltas, durante dos horas de dictado.A ambos concursos concurrieron casi todos los alumnos matriculados en los dos cursos de que constaba la asignatura.

En la práctica el concurso se desdobló efectuándose separadamente entre los alumnos de cada curso. En el primero, obtuvo el campeonato la señorita Havana Iglesia; la señorita Carmen Rodríguez el segundo premio y Romualda Hernández el tercero.

Entre los del curso superior el primer premio fué adjudicado al joven Lorenzo A. Betancourt, siguiéndole en orden María Teresa Baliarda y Angela Hernández.

En el de resistencia, (segundo curso) triunfó la señorita Sarah Garbiras y Sánchez Agramonte, quien escribió 3,400 palabras en dos horas y, en el primer curso, la señorita Carmen Rodríguez Barrio.

Los premios consistieron en medallas de oro y plata, donadas por los representantes de las casas norteamericanas que se disputaban el creciente mercado de La Habana.

Los resultados del concurso que acabamos de reseñar pueden hacer sonreir burlonamente a los mecanógrafos de hoy pero ofrecen, en cambio, dos aspectos muy importantes que no escaparán a la perspicacia del lector.

Las cubanitas que se lanzaron al aprendizaje de la mecanografía en aquella oportunidad fueron las pioneras de esos millares de encantadoras damitas que llenan hoy las oficinas públicas y privadas del país. Como se desprende de las fotos que han llegado hasta nosotros la casi totalidad de los premios fueron acaparados por ellas a pesar de las faldas largas, las mangas molestas, los peinados monumentales y la inseparable chaperona para ir y volver de clases.



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