Por: Guadalupe Yaujar Díaz
Por estos días, los kioscos para la oferta gastronómica de alimentos y bebidas ligeras y asientos ubicados en el Malecón habanero, anuncian ya el regreso de un nuevo Carnaval.
El viernes 18 desde la calle 19 hasta la calle Marina, en el Malecón de la ciudad unas 7 mil 340 personas sentadas podrán disfrutar de noches de paseos de carrozas y comparsas, así como bailables con reconocidas orquestas de música popular del país y no faltara el tradicional Carnaval Infantil.
La celebración persigue ,como en cada edición, proporcionarle a capitalinos y foráneos que nos visitan otra arista, más, de sano esparcimiento como parte de la programación en la etapa estival.
El jolgorio, insertado en la identidad cultural cubana, deviene parte de las fiestas populares tradicionales, en una modernidad que enriquece la recreación ciudadana en medio del sofocante calor de la Mayor de las Antillas.
Con un origen religioso que trascendió a festividad popular, el carnaval se remonta a las entrañas mismas de los distintos grupos étnicos que configuraron nuestra nacionalidad, de presencia europea, africana y asiática, la ceremonia constituye una de más viejas tradiciones del país, que tiene sus raíces durante las celebraciones del día del Corpus Christi y la Epifanía, cuando los negros esclavos organizaban danzas y marchas colectivas.
Autorizados por sus amos españoles, los esclavos africanos disfrutaban algunos días de asueto una vez al año, además de que cada seis de enero o Día de Reyes se les permitía reproducir los cantos y danzas de sus tierras nativas.
En La Habana se organizaba en los días precedentes al inicio de la Cuaresma; mientras que en las regiones del centro al oriente del país, los festejos se iniciaban desde el 23 de junio, en vísperas de San Juan Bautista, y se prolongaban hasta finales de agosto.
En el siglo 19 la aristocracia habanera acudía a los carnavales en sus quitrines y volantas adornadas con guirnaldas de flores. Luego eran lanzadas durante el paseo y más tarde fueron sustituidas por las serpentinas y los confetis; mientras el carnaval infantil tuvo su primicia en 1905 en la principal urbe del país, entonces impulsado por las diferentes sociedades de inmigrantes, como parte de la fiesta.
Pero como todas las tradiciones a ellas se incorporan, pasados los años, elementos variados que lo transforman, enriquecen y evolucionan, de ahí que cada región cubana la realiza con sus particularidades.
Mientras, “la parranda y la charanga” nacieron en la primera mitad del XIX. La primera tuvo su cuna en Remedios, actual Villa Clara, desde donde se propagó a otras regiones de esa provincia y zonas aledañas, entre ellas Caibarién, Guayos (Sancti Spíritus), Chambas (Ciego de Ávila) y Camajuaní, esta última famosa por sus monumentales carrozas.
Las charangas emergieron en Bejucal, una localidad de la hoy occidental provincia de Mayabeque, pero ambas festividades poseen elementos distintivos que tuvieron y conservan otros similares.
En la zona oriental, por ejemplo, estas fiestas se imbrican desde hace años con relevantes nuevos proyectos como la Jornada Cucalambeana, las Romerías de Mayo, la Fiesta Iberoamericana y la del Fuego.
Aunque los carnavales más destacados de la isla son los de Santiago de Cuba, los de La Habana y Manzanillo en la provincia de Granma son del goce de cientos de miles de ciudadanos que, también, arrollan detrás de las comparsas o al sonido irresistible de la típica corneta china.
Pero como cualquier evento socio-cultural el carnaval, que no quedó exento de las dificultades económicas que ha atravesado el país en los últimos años. Tiene sus dificultades y porqué No: también la fortaleza de quienes más allá de las limitaciones de gastos trabajan en el rescate y preservación de algo que también constituye parte de su patrimonio cultural. Entonces, ¡que suenen los tamborees!.