Por: Vladia Rubio
Mientras la fecundidad de las cubanas en general se mantiene cuesta abajo, las adolescentes en la Isla se embarazan cada vez más. El año pasado nacieron 17 mil 102 bebés de madres que no alcanzaban los 20 años.
Alguien pudiera decir que no es mucho, pero los números indican que el asunto va en una curva de nuevo ascendente.
Desde 1990 y hasta 2006 esos embarazos de muchachitas entre 12 y 19 años —la Organización Mundial de la Salud ubica la adolescencia entre los 10 y 19 años, pero, como tendencia, a los 12 años acontece la menarquía— habían disminuido, hasta llegar ese último año a una tasa específica de fecundidad adolescente de 41,8 hijos por cada mil, pero a partir de ese momento, de nuevo el fenómeno volvió a ir cuesta arriba.
Además, aunque cuantitativamente los números fueran insignificantes, basta con que una sola adolescente cubana tronche su vida para encender el botón de alarma, porque no «solo somos números», como lo resume el trovador.
En Cuba, las relaciones sexuales, al igual que en el resto del mundo, están comenzando cada vez más temprano, y tienen lugar entre los 13 y 15 años, como tendencia.
Y el apuro no viene acompañado de responsabilidad, porque casi la tercera parte de las muchachas y muchachos en esas edades ni se acuerdan de echar mano a algún tipo de protección para ese primer encuentro.
Entre los lamentables resultados de estos comienzos se apuntan, el año pasado, los 377 nacimientos de madres menores de 15 años, y 16 mil 725 de aquellas con edades entre 15 y 19, según datos del Anuario Demográfico de Cuba.
Esto, por no hablar ya de los nuevos papás y de cuántas implicaciones esa escasa edad del progenitor puede traer para la educación del bebé y para el porvenir de la pareja que se inicia en la crianza.
De los padres que se estrenaron en esa condición el año pasado, siete eran menores de 15 años, y 2 mil 559 tenían entre 15 y 19 años.
La Doctora en Ciencias Demográficas Matilde de la C. Molina, también Máster en Psicología y Profesora Auxiliar del Centro de Estudios Demográficos (CEDEM) de la Universidad de La Habana, dio a conocer este año, en la revista Novedades en Población, del CEDEM, una interesante investigación en la que, como novedad, busca explicaciones a este fenómeno del embarazo en la adolescencia cruzando prismas de la demografía y también de la psicología.
«Los patrones que se repiten de generaciones de abuelas a madres e hijas constituyen indicadores de la influencia social de la familia sobre las nuevas generaciones. Los patrones que más se transmiten y se repiten son los relacionados con la edad de inicio de la reproducción, el tipo de unión y la anticoncepción. Estos se caracterizan por el inicio temprano de la reproducción, la unión consensual y una difusión escasa de los métodos anticonceptivos (MAC) de una generación a otra.
«Este patrón —abunda la experta— se asocia, además, a un distanciamiento en la comunicación sobre temas de sexualidad y bajo control educativo, de manera que la baja percepción de la adolescente del riesgo al que está expuesta aumenta ante la imposibilidad de contar en ese momento con el apoyo familiar».
Junto a ello constata que «patrones familiares anclados a una concepción patriarcal, con asimetrías de roles, sin aspiraciones a la movilidad social, estuvieron también determinando, en las adolescentes, comportamientos en una relación de poder, asimétrica, que las pone en total desventaja para asumir o, al menos, transitar en un proceso de toma de decisiones relacionadas con la salud sexual y reproductiva».
Resulta de especial interés cómo —y así lo apuntaba en otras palabras la estudiosa—, cuando la adolescente se descubre embarazada, se subvierte un ciclo de vida lógico, ya que empieza la nueva etapa con el embarazo y después con la unión de la pareja —si es que llega a tener lugar— para, usualmente, terminar con la relación en breve plazo.
De acuerdo con la profesora Molina, el factor económico es uno de los porqué que andan incidiendo en el comportamiento reproductivo de muchachas y muchachos adolescentes, aunque no de manera homogénea en todo el país, pues el mayor nivel de fecundidad en esas edades se da en zonas rurales, sobre todo del oriente del país.
Atendiendo a que las condiciones socioeconómicas de estas adolescentes no siempre permiten satisfacer las necesidades de esas edades, incluyendo las culturales y espirituales, canalizan, indica la investigación, la respuesta a sus expectativas «a través de otros espacios y comportamientos que la ponen, la mayoría de las veces, en riesgo reproductivo».
Desde lo psicológico, «el embarazo afecta el desarrollo armónico de la personalidad de la adolescente, aún en formación. La proyección futura y la elaboración de planes se hacen cada vez más inmediatos y a corto plazo, se dañan la representación futura y la búsqueda de nuevas oportunidades», comenta Molina.
Vale, pues, escribir una y otra vez sobre el tema; llamar a que la familia haga suyas las preocupaciones, curiosidades y expectativas del hijo adolescente. Comunicar, conversar, y eso es bien diferente al simple intercambio de informaciones o indicaciones sobre la vida doméstica o escolar.
Otro tanto toca a la red de instituciones de salud, en particular en su primer escalón, así como a los centros escolares y también a los medios de comunicación. (Fuente/Cubasí)